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Resultaban buenas para los capitanes miedosos, incapaces de salir de los puertos si no llevaban á la vista una escolta de torpederos, y cuyas tripulaciones, al menor incidente, pretendían echar los botes al agua, refugiándose en la costa. El se creía más seguro yendo solo, confiado á su pericia, sin otro auxilio que su profundo conocimiento de las rutas del Mediterráneo. La petición fué atendida.

Si seguían el impulso de las huelgas, era por el ruido y el desorden que éstas traían. De los antiguos, quedaban aún muchos fieles a la idea, pero apocados de ánimo, miedosos, encorvados bajo el temor que habían sabido infundirles los ricos. Hemos sufrido mucho, Fernando. Mientras estabas allá lejos padeciendo, esto nos lo han transformado.

Del mismo modo que los chinos encienden por la noche una luz en la puerta de su casa, para ahuyentar a los malos espíritus, las casas tenían en la reja de la ventana o en la puerta de calle un manojo de ramas de olivo o de palmas benditas para espantar a los demonios; todos los sitios donde un hombre había sido asesinado, sin darle tiempo de arrepentirse de su vida para salvar su alma, tenían un nicho, en el que encendían velas por la noche los miedosos de las ánimas en pena.

Todos los convidados, menos los dos miedosos, se acercaron a los balcones para ver llover. Caía el agua a torrentes. Allá al extremo de la huerta se veía a la Marquesa y a las señoras que la acompañaban refugiadas bajo la cúpula del Belvedere que dominaba el paisaje, en una esquina del predio, junto a la tapia. ¿Y los chicos? preguntó Ripamilán asustado, fingiendo temer por los demás.

Para que la armonía pudiera subsistir, por una especie de equilibrio que la naturaleza establecía entre los temperamentos, resultaba que unos tresillistas eran temerones y de un genio endiablado, y otros, v. gr. Vinculete, pacíficos como corderos y miedosos como palomas. Don Basilio aseguraba que el mayorazguete no jugaba con toda la limpieza necesaria.

Se daban cita en los squares de barrio menos frecuentados, cambiando de lugar como los pájaros miedosos, que á la más leve inquietud levantan el vuelo para ir á posarse á gran distancia. Unas veces se juntaban en las Buttes Chaumont, otras preferían los jardines de la orilla izquierda del Sena, el Luxemburgo y hasta el remoto Parque de Montsouris.

Su voz tornóse fosca, como si todo el alcohol que hinchaba su estómago hubiese subido en oleada ardiente á su garganta. Podían reir sus amigos hasta reventar, pero tales risas serían las últimas. La huerta ya no era la misma que había sido durante diez años. Los amos, conejos miedosos, se habían vuelto ahora lobos intratables. Ya sacaban los dientes, como en otro tiempo.

Todo lo había preparado detenidamente, había incitado a la acción a los pusilánimes, a los vacilantes, a los miedosos, y entregado casi todo cuanto quedaba de mis bienes sin pensar en las dificultades que encontraría más tarde. Mi deber era entrar yo también en acción, y hube de partir con ese objeto, pero me vi obligado a quedarme a preparar una nueva acción para el caso de un revés.

Cada cuadro de la Ilíada es una escena como ésas. Cuando los reyes miedosos dejan solo a Aquiles en su disputa con Agamenón, Aquiles va a llorar a la orilla del mar, donde están desde hace diez años los barcos de los cien mil griegos que atacan a Troya: y la diosa Tetis sale a oírlo, como una bruma que se va levantando de las olas.

A la vista de las armas de Aquilea, a la vista de los mirmidones, que entran en la batalla apretados como las piedras de un muro, se echan atrás los troyanos miedosos. Patroclo se mete entre ellos, y les mata nueve héroes de cada vuelta del carro. El gran Sarpedón le sale al camino, y con la lanza le atraviesa Patroclo las sienes.