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Siempre he tenido miedo de que venga a acontecer al economista lo que al niño que, movido de curiosidad, rompe el juguete para ver lo que tiene dentro.

Cosas tan tremendas como desconocidas para él hasta entonces, la venganza, la protesta, la rebelión, la terquedad de no reconocerse culpable, penetraron en su alma. Por breve tiempo la ocupaba el miedo, y lágrimas de fuego escaldaban sus mejillas; pero pronto la ganó por entero el instinto de defensa.

Pero decía él que su cazadora valía por la piel de un proboscidio. No le entraban balas ni catarros. En cambio Quintanar, ceñido al cuerpo el capotón espeso, tenía que hacer esfuerzos para no dar diente con diente. ¡No, no hace mucho frío! dijo, por miedo de delatarse. «Afortunadamente éste es un sonámbulo que no se fija nunca en si los demás tienen cara de risa o cara de vinagre.

Todavía cuando V. subió a llevármela estaba muerta de miedo y por eso cerré tan pronto la puerta... ¡Dichosa muñeca! Me dio tal rabia que la tiré contra el suelo y la partí un brazo. Pues no debe V. tratarla mal; al contrario, debe V. conservarla como un recuerdo. ¿Sabe V. que tiene razón? Si no hubiera sido por la muñeca no nos hubiéramos conocido... ni sería V. mi novio;... porque tengo otro...

Morena, de facciones tan regulares como pronunciadas, magníficos ojos negros, cejas que al juntarse culebreaban, boca sucia y bien rasgueada, que no parecía hecha para sonreír, cuerpo derecho y esbeltísimo en su flaqueza y desaliño, la compañera de Almudena era una figura trágica, y como tal impresionó a Benina, aunque esta no expresaba su juicio sino pensando que le daría miedo encontrarse con tal persona, de noche, en lugar solitario.

Después exclamó: Pero ¿es posible que con tal descaro se mienta? ¡Si cabalmente lo que más gracia me hace en ese hombre dijo al cabo S.E. es su especial habilidad para mentir sin faltar por completo a la verdad! No comprendo... ¿A usted le ha dicho, quizá, que ha sido embajador? Poco menos...; y que los gobiernos han combatido siempre en las urnas su candidatura, por el miedo que les inspiraba.

Ella le había tratado de usted hasta este momento, por miedo á ser oída y por mantenerle á distancia, como si hablase con un amigo. Pero la tristeza de su amante acabó con su frialdad. No; yo te quiero á ti... yo te querré siempre. La sencillez con que dijo esto y su repentino tuteo infundieron confianza á Desnoyers. ¿Y el otro? preguntó con ansiedad.

¿Dónde iré si me abandonas?... Si me quedo en España, continúo bajo la dominación de la doctora. No puedo volver á los Imperios donde pasé mi vida; todos los caminos están cerrados, y en aquellas tierras renacería mi esclavitud... Tampoco puedo ir á Francia ó Inglaterra: tengo miedo á mi pasado.

Tenía un miedo tan grande a que se la pegara, como ella decía, que sólo con la idea se estremecía y empezaba a injuriarme. Después me pedía perdón, riendo de misma. Cerca de su casa había un establecimiento de bebidas, que solía estar abierto hasta hora muy avanzada.

Y tras la inquietud moral vino un cierto malestar físico, con algo de temblor y escalofríos, acompañado de terror supersticioso... Pero no podía definir la causa del miedo... El coche corría por la Cava-Alta, y Feijoo se sentía cada vez peor. De improviso sintió como una vibración intensísima en su interior, y un relámpago a manera de lanceta fugaz atravesole de parte a parte.