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En suma, aunque el sabio no tuviera razón ni yo tampoco, yo tengo aquí la autoridad y la fuerza, que para el caso importan más que la razón, y te declaro que si continúas amedrentando a la gente, a no me amedrentas, y te empapelo, y si me empeño te envío a Ceuta o a Melilla para que allí luzcas tu valor matando moros.

Reyles, aunque me parece harto dificultoso, porque dicho señor no defiende directamente sus obras, las cuales más bien han sido elogiadas que censuradas por . Lo que defiende es una determinada estética que yo en cierto modo y hasta cierto punto condeno.

40 Y cuanto más, que enviaron por hombres que vienen de lejos, a los cuales había sido enviado mensajero; y he aquí vinieron; y por amor de ellos te lavaste, y pintaste tus ojos, y te ataviaste con adornos; 41 y te sentaste sobre suntuoso estrado, y fue adornada mesa delante de él, y sobre ella pusiste mi perfume y mi óleo.

Ni vos ni yo hemos tenido la culpa de lo que ha sucedido añadió la dama volviéndose de nuevo á la puerta de los tapices ; yo me vi obligada á ampararme de vos, y vos, que por una circunstancia casual me habíais visto, y habíais dado en el capricho de enamoraros de ... ¡Señora! Os hablo así porque no soy la reina. Y entonces, ¿por qué no os descubrís? Ni puedo, ni debo. Pues permitidme que dude.

12 yo también os destinaré al cuchillo, y todos vosotros os arrodillaréis al degolladero, por cuanto llamé, y no respondisteis; hablé, y no oisteis; sino que hicisteis lo malo delante de mis ojos, y escogisteis lo que a me desagrada. 13 Por tanto, así dijo el Señor DIOS: He aquí que mis siervos comerán, y vosotros tendréis hambre.

Al acabar la última página advertí que aquella lectura había sido inútil. Mi cabeza no estaba para novelas. Temprano, antes de que se despertaran mis tías, salía yo al patio.

Pasó mi brazo bajo el suyo y me llevó hacia un lado. No poeta, pero enamorado de ti, prima. Escúchame bien: te amo con toda la sinceridad de mi corazón. Saboreé la dulzura de esta frase y la de la mirada que la acompañaba, pensando que era una suerte que los hombres fueran inconstantes.

El dinero es vil, pero solamente para aquellos que no lo poseen. A , pobre siervo de la pluma, me ha hecho cometer grandes bajezas. Un día he escrito una cosa, y meses después, por unas pesetas más, he pasado a la casa de enfrente para escribir todo lo contrario. Por eso quiero hacerlo mío: para sentirme digno y libre por primera vez en mi existencia.

«Pues ayer refirió la joven con los ojos bajos, alzándolos al final de cada frase, como si pusiera con ellos las comas, más que con el acento , pues ayer... iba yo tan tranquila por la calle de la Magdalena, pensando en usted... porque siempre estoy pensando en usted y... me paré a ver el escaparate de una tienda donde hay tubos y llaves de agua... Ni por qué me paré allí, pues ¿qué me importan a los tubos?... cuando sentí a mi espalda... mejor dicho aquí en el cuello, una voz... ¡Ay, señora!, la voz me sonó aquí detrás junto a estos pelitos que tenemos donde nace la cabellera, y fue como si me entraran una aguja muy fina y muy fría... Me quedé helada... volvime... le vi... se sonreía».

Continuaba desencajado, contraído, fuera de . Bastaba ver su semblante para comprender su situación. ¡Mi dinero! ¡mi mujer! Esta era la exclamación que de tiempo en tiempo se escapaba de sus labios.