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Si hasta ahora el espediente no ha sido resuelto ha sido porque, como me consta á , hay mucho material acumulado; pero auguro que la campaña está ganada, que la cita de Makaraig es para anunciarnos la victoria, y mañana veremos premiados nuestros esfuerzos con el aplauso y agradecimiento del pais ¡y quien sabe señores si el gobierno no os propone á vosotros para alguna buena condecoracion como merecedores que sois de la patria!

I termina el breve con decir que los inquisidores Morillo i San Martin eran merecedores de un notable castigo i de la pérdida de sus oficios, i que solo por respeto á la autoridad de los Reyes Católicos, no tomaba las providencias necesarias á satisfacer á los muchos agraviados del proceder de tan avarientos i malos jueces.

Hoy, además, una formidable fuerza se levanta a contrastar de la peor manera posible el absolutismo del número. La influencia política de una plutocracia representada por los todopoderosos aliados de los trust, monopolizadores de la producción y dueños de la vida económica, es, sin duda, uno de los rasgos más merecedores de interés en la actual fisonomía del gran pueblo.

Pero ¿qué mucho si el mismo amor mal pagado suele ser causa de ventura y de gozo íntimo para el amante que prefiere amar, aun sin correspondencia, a que se desprenda y aparte el amor de su alma, dejándola solitaria, seca y vacía? Queda, pues, demostrado así que todo es egoísmo, si bien es fuerza convenir en que hay egoísmos sublimes y merecedores de perpetua alabanza.

Quince días pasé desempeñando mi comisión con toda conciencia, bajo la inmediata vigilancia del cabo, que era flamante, lleno de ardimiento, y creía que las funciones que desempeñábamos eran de esas que ni los pueblos ni los gobiernos olvidan, y hacen de los que han tenido la suerte de ocuparse en ellas una especie de dioses chicos, merecedores, no ya de estatuas en las plazas públicas, sino de ser tenidos como ejemplos en la historia de la humanidad civilizada.

Además, había oído decir que los señores toledanos no desdeñaban el trato de los espaderos insignes y que las fraguas de la ciudad eran sitio de reunión y de esparcimiento de los nobles. Aquellos artífices eran merecedores sin duda de un respeto especial.

Creí conveniente declarárselo cuando no contaba contigo, porque no se lo comieran algún día los ratones, o fuera a parar, andando el tiempo, a manos que no lo merecen; porque no tengo herederos forzosos ni otros parientes pobres que esos dos bandoleros de que me hablaste el otro día, y no son merecedores más que de un grillete, que no les faltará, si viven... Déjame que se me pase este golpe de tos, y que tome otro respiro. ¡Ay, trastajo, qué miseriuca somos a lo mejor!

Por la recta razon conocen los hombres que lo justo es digno de premio, y así todos los justos lo solicitan: que lo injusto es digno de castigo: y los injustos, aunque se huyan y escondan, sienten interiormente remordimientos, que los acusan y convencen ser merecedores de pena.

No soy rico, pero estoy contento con mi suerte; ya lo que valen los hombres, y no espero de ellos lo que no pueden darme. Tengo pocos amigos, pero, eso , muy buenos y merecedores de toda estimación. No hago versos, ni vivo entregado a los delirios de la fantasía. Creo que no es cuerdo andarse por las nubes cuando hay abajo tantas cosas que reclaman nuestra atención.

Mirábalo el canónigo, y admirábase de ver la estrañeza de su grande locura, y de que, en cuanto hablaba y respondía, mostraba tener bonísimo entendimiento: solamente venía a perder los estribos, como otras veces se ha dicho, en tratándole de caballería. Y así, movido de compasión, después de haberse sentado todos en la verde yerba, para esperar el repuesto del canónigo, le dijo: ¿Es posible, señor hidalgo, que haya podido tanto con vuestra merced la amarga y ociosa letura de los libros de caballerías, que le hayan vuelto el juicio de modo que venga a creer que va encantado, con otras cosas deste jaez, tan lejos de ser verdaderas como lo está la mesma mentira de la verdad? Y ¿cómo es posible que haya entendimiento humano que se a entender que ha habido en el mundo aquella infinidad de Amadises, y aquella turbamulta de tanto famoso caballero, tanto emperador de Trapisonda, tanto Felixmarte de Hircania, tanto palafrén, tanta doncella andante, tantas sierpes, tantos endriagos, tantos gigantes, tantas inauditas aventuras, tanto género de encantamentos, tantas batallas, tantos desaforados encuentros, tanta bizarría de trajes, tantas princesas enamoradas, tantos escuderos condes, tantos enanos graciosos, tanto billete, tanto requiebro, tantas mujeres valientes; y, finalmente, tantos y tan disparatados casos como los libros de caballerías contienen? De decir que, cuando los leo, en tanto que no pongo la imaginación en pensar que son todos mentira y liviandad, me dan algún contento; pero, cuando caigo en la cuenta de lo que son, doy con el mejor dellos en la pared, y aun diera con él en el fuego si cerca o presente le tuviera, bien como a merecedores de tal pena, por ser falsos y embusteros, y fuera del trato que pide la común naturaleza, y como a inventores de nuevas sectas y de nuevo modo de vida, y como a quien da ocasión que el vulgo ignorante venga a creer y a tener por verdaderas tantas necedades como contienen. Y aun tienen tanto atrevimiento, que se atreven a turbar los ingenios de los discretos y bien nacidos hidalgos, como se echa bien de ver por lo que con vuestra merced han hecho, pues le han traído a términos que sea forzoso encerrarle en una jaula, y traerle sobre un carro de bueyes, como quien trae o lleva algún león o algún tigre, de lugar en lugar, para ganar con él dejando que le vean. ¡Ea, señor don Quijote, duélase de mismo, y redúzgase al gremio de la discreción, y sepa usar de la mucha que el cielo fue servido de darle, empleando el felicísimo talento de su ingenio en otra letura que redunde en aprovechamiento de su conciencia y en aumento de su honra! Y si todavía, llevado de su natural inclinación, quisiere leer libros de hazañas y de caballerías, lea en la Sacra Escritura el de los Jueces; que allí hallará verdades grandiosas y hechos tan verdaderos como valientes. Un Viriato tuvo Lusitania; un César, Roma; un Anibal, Cartago; un Alejandro, Grecia; un conde Fernán González, Castilla; un Cid, Valencia; un Gonzalo Fernández, Andalucía; un Diego García de Paredes, Estremadura; un Garci Pérez de Vargas, Jerez; un Garcilaso, Toledo; un don Manuel de León, Sevilla, cuya leción de sus valerosos hechos puede entretener, enseñar, deleitar y admirar a los más altos ingenios que los leyeren.