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Está situado este destacamento en la misma bahía Illana y á unos 10 kilómetros del anterior; también se comunica con la laguna por un camino áspero y pedregoso, pero de menos trayecto que el anterior; es el principal mercado que tienen los moros en la bahía Illana; ésto le singular importancia como punto de ocupación.

Pero el abate no quiere oír hablar de conferencias a bordo; se niega a desembalar su mercancía gratuitamente antes de la llegada al mercado. Se reserva para un teatro de Buenos Aires.

Iba la procesion al Mercado: el que llevaba la cruz subia al tablado donde habian de estar los penitentes, y la dejaba sobre el altar, quedando por la noche bajo la custodia de los religiosos de la Santísima Trinidad.

El continuo zumbido, el movimiento que notaba, y el dinero que en un platillo algunas personas echaban, le dió á entender que estaba en un público mercado; pero quando vió que muchas mugeres se hincaban de rodillas, mirando al parecer á lo que tenian enfrente, y en realidad á los hombres de lado, echó de ver que se hallaba en un templo.

La muchacha era una alcarreña de esas que acababan de llegar al mercado de criadas, y traía frescas la rudeza del pueblo, la suciedad, la torpeza de manos y de cabeza. Todo lo hacía al revés. Tenía buena voluntad, pero un aliento insoportable.

No había religión, orden ni autoridad, y... ¡claro! era imposible que una persona decente saliese a la calle sin que la pillería le diera que sentir. En época pasada, aunque no remota, el Mercado de Valencia tenía una leyenda, que corría como válida en todos sus establecimientos, donde jamás faltaban testigos dispuestos a dar fe de ella.

Pero, Mercado, alto allá y no murmuremos, que, a fuer de agradecido, más hace el morisco con ser mensajero dadivoso que yo con callarle sus puntas y collares.

El sol se levantaba, y parecía que sus ojos estaban aún rojos de sueño; todo alrededor el bosquecillo, los árboles, el polvo del camino se hallaba ligeramente teñido de un color rosa pálido. El doctor se cruzaba de vez en cuando con campesinos y campesinas, que se dirigían en sus cochecillos al mercado de la ciudad. En su cara y en su actitud se reflejaba aún la impresión del frío de la noche.

Todos los miércoles, día de mercado en Alcira y de gran aglomeración de hortelanos, la calle donde vivía don Jaime era un jubileo.

En aquellos tiempos la distancia que había de la puerta de la cárcel á la plaza del mercado no era grande; sin embargo, midiéndola por lo que experimentaba Ester, debió de parecerle muy larga, porque á pesar de la altivez de su porte, cada paso que daba en medio de aquella muchedumbre hostil era para ella un dolor indecible.