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Jenny Hawkins volvía á su casa, á las diez de la mañana, cargada de flores que acababa de comprar en el mercado de Covent-Garden, y su doncella le dijo al abrir la puerta: Un caballero espera en el salón á la señora. ¿Quién es? Aquí tiene la señora su tarjeta. Juana Hawkins cogió el cuadrado de cartulina y leyó: El conde Juan de Sorege.

Supimos un día, por su hermana doña Pepa, que se había ido con la niña, lejos, muy lejos, a aquella ciudad donde estuviste , Rafael: a Milán, que, según me han contado, es el mercado de todos los que cantan. Quería que su Leonora fuese una gran tiple. Ya no le vimos más. ¡Pobre hombre!... La cosa debió marchar bien.

Venía la viuda de vuelta del mercado con el sirviente detrás, sin manos para sujetar toda la compra de jarros de Cholula y de Guatemala; de un cuchillo de obsidiana verde, fino como una hoja de papel; de un espejo de piedra bruñida, donde se veía la cara con más suavidad que en el cristal; de una tela de grano muy junto, que no perdía nunca el color; de un pez de escamas de plata y de oro que estaban como sueltas; de una cotorra de cobre esmaltado, a la que se le iban moviendo el pico y las alas.

Entre tanto les enseñáron la ciudad, los edificios públicos que escalaban las nubes, las plazas de mercado ornadas de mil colunas, las fuentes de agua clara, las de agua rosada, las de licores de caña, que sin parar corrian en vastas plazas empedradas con una especie de piedras preciosas que esparcian un olor parecido al del clavo y la canela.

Una nota característica ha conservado hasta nuestros días y conserva actualmente el Arenal: refiérome al mercado que allí se establece en el mes de Diciembre y que se ve tan concurrido el día de Nochebuena y los sucesivos de Pascua.

Haciendo un esfuerzo supremo llegué al lugar donde Ruperto había cambiado de rumbo, e imitándole, volví a verle, en compañía de una muchacha, a la que obligaba a bajar del caballo que montaba. Ella era sin duda la que había lanzado aquel grito. Parecía una campesina y llevaba una cesta pendiente del brazo. Probablemente se dirigía al mercado de Zenda. El caballo era fuerte y de buena estampa.

La primera casa que se hizo en Teruel fue la que tiene dos arcos en la plaza del Mercado, propia del Escribano D. Juan Dolz. En 1336 enterraron vivo en Teruel a D. García de la Foz por haber matado traidoramente a un compañero suyo. En 1364, día de San Marcos, fue la toma de Teruel por los Castellanos reinando D. Pedro IV en Aragón, y D. Pedro el Cruel en Castilla.

La mesa blanca, de inmaculada pureza, sustentaba, formando columna, las cajitas de áspera película conteniendo el harinoso turrón, los cajones de peladillas y las uvas puntiagudas, hábilmente conservadas, lustrosas y transparentes, como de cera, y con un delicado color de ámbar. Cuando doña Manuela volvió a entrar en el mercado comenzaba a anochecer y la concurrencia aumentaba por momentos.

Allí administraba justicia, decidía la suerte de las familias, arreglaba la vida de los pueblos; todo con pocas y enérgicas palabras, como un rey moro de los que en aquella misma tierra gobernaban siglos antes a sus súbditos a cielo descubierto. En los días de mercado se llenaba el patio.

Bastábale para ser feliz y considerarse dueño de Tónica oír su voz, trémula por la emoción que le causaba un paseo tan íntimo. De pronto, Juanito pareció despertar. ¡Qué diablo! Ya estaban casi en la mitad del camino, cerca del Mercado, y él callaba, sin atreverse a decir lo que tan pensado tenía.