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Le había oído decir con énfasis musical las décimas de La vida es sueño, le había admirado en El desdén con el desdén, declamando con soltura y gran meneo de brazos y piernas las sutiles razones que comienzan así: Y porque veáis que es error que haya en el mundo quien crea que el que quiere lisonjea, escuchad lo que es amor.

Fue a tomar una naranja del árbol, y al tocarla se convirtió en oro; y así murió rabiando y maldiciendo aquello mismo por lo que ansiado había. Manuel, el espíritu fuerte de aquel círculo, meneó la cabeza. ¡Lo ve usted, tía María dijo José ; Manuel no lo quiere creer!

Tampoco compartió la alegría que nos había causado el despertar de Marta. No le habléis cuando vuelva en agregó, y sobre todo no la dejéis hablar. Necesita de la menor porción de sus fuerzas. Antes de marcharse me miró largamente y meneó la cabeza con expresión inquieta.

Entonces, si la Condesa abrigaba esa simpatía, y en el caso de que el Príncipe, como usted, la hubiera notado, ¿no cree usted que cuando comenzó a tratarla mejor fue por miedo de perderla, celoso de Vérod? La mujer abrió los brazos y meneó la cabeza. No podría decirlo, señor. De la rusa, de esa estudiante, ¿qué piensa usted?... ¿Qué venía a hacer aquí?

Y allá fué Monote otra vez, trotando y tirando del ronzal delante del pobre caballo, cada vez más aburrido de tantos paseos. ¡Qué meneo! ¿eh? dijo el gitano . ¡Si parece una marquesa en un baile! ¿Y eso vale para usted veinticinco duros?... Ni un chavo más repitió el testarudo. Monote... vuelve. Ya hay bastante.

Fortunata, en el primer movimiento de sorpresa y temor, había dado una vuelta y puéstose tras el sillón en que poco antes estaba sentada. Apoyando las manos en el respaldo, agachó el cuerpo y meneó las caderas como los tigres que van a dar el salto.

El aparejo, antes rígido y tirante, pendía flojo y desmayado. Tiraron de él y salió a la superficie el anzuelo, pero roto, partido por la mitad, a pesar de su tamaño. El compadre meneó tristemente la cabeza. Antonio, ese animal puede más que nosotros. Que se vaya, y demos gracias porque ha roto el anzuelo. Por poco más vamos al fondo.

¡Señor!, ¿y por qué se ha de descorazonar usted de esta manera? Acuérdese usted del santo de su nombre, que se hundió en la mar cuando le faltó la fe que le sostenía. Le digo a usted que con el favor de Dios, don Federico curará a la niña en un decir Jesús. El tío Pedro meneó tristemente la cabeza.

-Cuando yo se la iba a dar -respondió Sancho-, ella estaba en la fuga del meneo de una buena parte de trigo que tenía en la criba, y díjome: ''Poned, amigo, esa carta sobre aquel costal, que no la puedo leer hasta que acabe de acribar todo lo que aquí está''. ¡Discreta señora! -dijo don Quijote-. Eso debió de ser por leerla despacio y recrearse con ella.

No por qué no... exclamó la muchacha con acento más firme ya . Yo soy como otras, tan buena como la que más... hoy en día no estamos en tiempos de ser los hombres desiguales... hoy todos somos unos, señora... se acabaron esas tiranías. Meneó la cabeza la paralítica, con la tenaz desconfianza de los viejos indigentes que nunca vieron llover del cielo torreznos asados.