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Resulta, pues, que, á pesar de que vivimos ya en la edad de la razón y se supone que la de la fe ha pasado, no hay mujer bermejina que se aventure á subir á los desvanes de la casa de los Mendozas sin bajar gritando y afirmando á veces que ha visto al Comendador, y apenas hay hombre que suba solo á dichos desvanes sin hacer un grande esfuerzo de voluntad para vencer ó disimular el miedo.

ALBOR. Ya el cristiano ha recogido Sobre la pica ferrada El tafetán descogido De la bandera cruzada. Ya Mendozas y Guzmanes, Leivas, Toledos, Bazanes, Enríquez, Rojas, Girones, Pachecos, Lasos, Quiñones, Pimenteles y Lujanes, Truecan las armas por galas, Por música el atambor, Y por las plazas las salas; A Belona por Amor, A quien nacen nuevas alas.

Es del Duque del Infantado dijo el Cojuelo , cabeza de los Mendozas y Sandoval de varón, marqués de Santillana y del Cenete, conde de Saldaña y del Real de Manzanares, hijo y retrato de tan gran padre.

Al sentarse, cruzaba la pierna para lucir la calza de seda y la hebilla de oro del zapato. Sus blancas manos regordetas parecían de mujer; pero los ojos aguileños y fuertes y la bronca voz, cuyos tonos profundos comunicaban su vibración a los objetos convecinos, denotaban hombría y reciedumbre. Sus breviarios ostentaban en la cubierta las armas de los Mendozas.

FRANCISCO MARTÍNEZ DE LA ROSA, famoso hombre de Estado, que, como los Mendozas y Esquilaches de tiempos anteriores, supo hacer compatibles el culto de las musas con sus activas é influyentes tareas políticas, nació en Granada en 1789, consagrándose desde su juventud á la literatura dramática, y sin perderla de vista en toda su vida.

Luque, rodeada de cerros entre el Marbella y el Salado, con su castillo árabe de dos torreones y el antiguo palacio de sus señores, nos habla todavía de los Venegas y Mendozas, ilustres en Antequera, en Huescar, en las márgenes del Darro y del Gareilano.

Los frailes dominicos del lugar nunca quisieron bien á la familia de los Mendozas. Á pesar de la piedad suma de las chachas Victoria y Ramoncica, y de la devoción humilde de D. José, no podían tragar á D. Diego, y se mostraban escandalizados de los desafueros é insolencias de D. Fadrique.

Es más: D. Juan aplaudió la idea de escribir novelas fundadas en hechos reales, y me animó á que siguiese cultivando el género. Esto nos movió á hablar del Comendador Mendoza. ¿El vulgo dije yo, cree aún que el Comendador anda penando, durante la noche, por los desvanes de la casa solariega de los Mendozas, con su manto blanco del hábito de Santiago?