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No pude dejar de abrigar fuertes sospechas de que Melandrini, cuyos movimientos eran tan misteriosos y llenos de recelo, debía haber tenido alguna parte en el robo hecho a Blair de esa pequeña y curiosa bolsita que me había legado en su testamento. Esta era una extraña fantasía que me había forjado, pero que, a pesar de todos los esfuerzos que hacía, no podía desechar de mi mente.

Ansiaba poderle preguntar abiertamente si algunas veces no se hacía pasar con el nombre de Paolo Melandrini; sin embargo, temía hacerlo, por recelo de despertar sus indebidas sospechas. El tiempo será el único que podrá revelar que Reginaldo Seton fue uno de los mejores amigos del muerto dije pensativamente. Al parecer, fue la dudosa contestación del capuchino.

El encuentro con Alimari, sin embargo, hizo que me detuviera un momento en mi camino, y después que me manifestó el placer que le producía mi vuelta, le pregunté: ¿Conoce usted, por casualidad, a una persona de apellido Melandrini, Paolo Melandrini? Su dirección es vía San Cristófano, número 8.

En vista de esto, traté, entonces, de interrogar a la cuidadora, que es una anciana de ochenta años. Había averiguado que Melandrini estaba ausente, y viendo algunas piezas de ropa puestas a secar en una ventana, me presenté como agente de policía para notificar que era una contravención colgar ropa en la parte exterior de las casas, contravención que se castigaba con una multa de dos liras.

Recuerde le dije al viejo que usted debe encontrar, si es posible, un medio de hacer relación con Paolo Melandrini, obtener de él mismo todos los datos que pueda sobre su persona, y arreglar las cosas de modo que yo pueda, lo más pronto posible, verlo sin que él me vea.

Indudablemente, Babbo Carlini me debía estar esperando afuera, sentado en las gradas de la iglesia. ¿Reconocería en este monje, reflexionaba yo, la descripción que había conseguido de Paolo Melandrini, el desconocido que debía ocupar el puesto de secretario y consejero de Mabel Blair?

El testador ha designado como su secretario y administrador de sus bienes, a una persona desconocida para , de quien nunca he oído hablar: a un tal Paolo Melandrini, italiano, que, según parece, vive en Florencia. ¡Qué! grité, atónito. ¡A un italiano para secretario de Mabel! ¿Quién es ese hombre?

Pasó una semana entera, y Carlini, con su hijo político como auxiliar en el asunto, joven de cabellos negros y de la clase baja, estableció vigilancia, día y noche, sobre la casa del número 8, pero fue inútil. Paolo Melandrini no apareció a reclamar la carta llegada de Inglaterra, que lo estaba esperando.

En verdad, abrigaba la sospecha de que la carta que había tomado de entre los papeles del muerto, la cual la había guardado secretamente para , había sido escrita por este individuo, Paolo Melandrini.

Era evidente, entonces, que la entrevista debía verificarse en ese punto, el 6 de marzo, dado que no había otro templo de ese nombre. Si mientras tanto no podía conseguir mayores datos sobre Paolo Melandrini, estaba decidido a acudir a la cita y vigilar al que estuviese allí.