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Allí se ostentan el tomillo y el sérpol, la mejorana amorosa, y la salvia bendecida de nuestros padres por sus grandes virtudes. La menta que sabe á pimienta y, sobre todo, la clavellina silvestre, exhalan los finos perfumes de las especias de Oriente. Parecíame que, en medio de aquellas landas, el canto de las aves tenía más armonía que en parte alguna.

Para vestir los desnudos suelos del tránsito, discurrió Lituca sembrarlos, y los sembró ella misma, de penquitas olorosas de laurel que abundaba en las grietas de los peñascos de enfrente. Y aún la quedó tiempo para sahumar toda la casa con romero y mejorana, quemado por ella en las ascuas del brasero, llevándole Chisco y Pito Salces entre manos por salas, pasillos y escaleras.

Un verdadero «Papa de Ivetot», pero de un Ivetot de Provenza, con algo de picaresco en la risa, un tallo de mejorana en la birreta, y sin el más insignificante trapicheo... La única Juanota que siempre se le conoció a este santo padre era su viña, una viñita plantada por él mismo a tres leguas de Aviñón, entre los mirtos de Château-Neuf.

Estos auxilios a que aludo los conocen los hortelanos: consisten en plantar entre ellas, «para ayudarlas», otras plantas alegres y animosas que les quiten las tristes añoranzas; por ejemplo: las orucas, que confortan y animan a la manzanilla; el orégano, la mejorana, la toronjina y otras tales.

Entre los jazmines reales, que abrazándose a una columna ostentaban sus mil florecillas llenas del perfume más grato a los enamorados; entre los naranjos de la China, graciosas miniaturas del naranjo común; entre los rosales de la tierra y esos claveles indígenas, cuya imperial hermosura no ha logrado eclipsar ninguna de las elegantes flores modernas; entre los tiestos de reseda, de mejorana, de albahaca y de sándalo, saltaban los chorros de una fuente habladora, con cuyo monólogo se concertaba el canto de algunos pájaros prisioneros en doradas jaulas.

En torno había, como hay aún, fértiles huertas y frondosos y siempre verdes bosques de naranjos y limoneros; pero los cerros que limitaban aquel valle amenísimo, en vez de estar pelados, como ahora, estaban cubiertos de encinas, alcornoques, algarrobos, castaños y otros árboles, entre cuyos troncos y a cuya sombra crecían brezos, helechos, tomillo, mejorana, mastranzo y otras plantas y hierbas olorosas.

En la tierra que había entre ellas, ardiente y feraz, crecían innumerables especies de flores silvestres de formas caprichosas, de aroma penetrante. Reynoso arrancó a puñados el tomillo, lo aspiró con voluptuosidad y se lo guardó en los bolsillos. Rico olor el de la mejorana, ¿verdad, mi señor? dijo una voz a su espalda. No es mejorana, Leandro, es salsero. ¿No ves sus florecitas? Verdad es.

Muy rico también, muy majo; pero me gusta más la mejorana. Leandro se había acercado. Era el anciano pastor encargado de los grandes rebaños de ovejas que Reynoso poseía, el personaje más considerable de aquellos campos, grave, prudente, sentencioso. En pos de él otros tres zagalones que le ayudaban, y más tarde el pastor de las vacas que acudía como siempre al señuelo del cigarro.

El balcón caía sobre un huerto del mismo ancho que aquella fachada de la casa, y muy poco más de largo, con sus correspondientes inclinaciones hacia ella y hacia el río; una docena de frutales en esqueleto; un cuadro de repollos medio podridos; algunas matas de ruda, de mejorana y de romero; un rosal vicioso y en barbecho lo demás; un muro viejo para cercarlo todo; y por encima del muro, surgiendo las moles de un negro anfiteatro de fragosos montes, que allá se andaban en altura con el peñón de la derecha, que formaba parte de él.

Vago perfume de mejorana y de cantueso subía de los barrancos. Era una tarde calurosa y calma. El cielo, el valle, el caserío, todo se pintaba de púrpura diluida. El mismo ciprés embermejaba hacia el poniente su follaje negruzco.