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No hacía un año que terminara un Libro de horas para la Reina de Francia, que fué asombro de aquella Corte, y ahora, ¡no podía trazar la más insignificante florecilla! ¡El, que había logrado pintar dentro de la inicial de Stabat Mater el rostro de la Madre de Dios, con tanto primor y arte, que se veían rodar las lágrimas por las mejillas de la Dolorosa! ¡El, que había orlado los versículos del Magníficat con follajes y roleos inconcebiblemente diminutos!

En el mismo instante, algo blando y tibio chocó en una de sus mejillas escurriéndose por los hilos de su barba. ¡Su Luis, su hermano, le había escupido en el rostro!

Aunque vagamente, se daba también cuenta de lo singular y censurable de su conducta. ¿Por qué había hecho aquello? ¿Quién era ella para espiar los pasos de su confesor, ni menos reprenderle? Su despecho era tan vivo, sin embargo, que no le permitía arrepentirse. Tenía la boca seca; le ardían las mejillas. Siguió caminando apresuradamente, y se dirigió al muelle. Estaba ya solitario.

Calla, Martita; estás delirando... Vámonos, que el agua sube. Espera un momento... Hace una hora que estamos aquí y el viento no ha conseguido enfriarme las mejillas..., tengo cada vez más calor en ellas.

Sus delgadas facciones y hundidas mejillas revelaban al asceta que ha sabido triunfar de sus pasiones, no sin cruel y larga lucha, hasta dominarlas por completo.

¡Ah! exclamó, sonriendo, dejando ver toda la hermosura de sus hoyueladas mejillas. Es algo que a usted se refiere. ¿A ? . ¿Quién fué? Un pajarito. ¿Un pajarito? . ¿De qué color? ¿Azul, como el de los cuentos? Angelina no me contestó, y como si creyera que había dicho algo inconveniente siguió hablando de otra cosa: ¡de la obra que tenían empezada, de no qué!...

Venían de hacer una promesa a la Virgen de los Cubells y habían dejado en su altar dos velas rizadas traídas de la ciudad. Mientras Margalida iba hablando con voz triste de las dolencias de la vieja, el egoísmo de una juventud robusta coloreaba sus mejillas y sus ojos delataban cierta impaciencia. Aquel día era de festeig.

A esto contribuía la falta absoluta de dientes, que, habiendo hecho de la boca una concavidad vacía, determinaba en sus labios y en sus mejillas depresiones profundas que hacían resaltar más la angulosa armazón de sus quijadas.

»No puedo hablar más decía: si le conociese usted como yo; si supiese todo el bien que hace, el oro que derrama a manos llenas... ¡Es un hombre superior... un hombre tan rico y tan humilde... tan modesto y tan dulce! Es la bondad misma... no causará daño a nadie... exceptuando, tal vez, a una persona. »El anciano enjugó una lágrima que resbalaba por sus mejillas.

Y en seguida: ¿por qué ponía el cura una cara tan chusca, mientras yo recitaba mi lección? Y me eché a reír mientras las lágrimas me rodaban por las mejillas. Pero por más que intenté profundizar este problema, no di con la solución.