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De todas suertes la mataba. Pero, aunque no la matase, ¿no sería cualquiera de estos procederes míos cien veces más vil y más odioso que todos los pecados juntos de la marquesa, suponiéndolos ciertos y comprobados? ¡Y mi padre, tan honrado y tan bueno, no lo ve así! ¿En quién estará la ceguera?... En él, en él solo, que no ha meditado el caso «en frío y con calma», como quiere que yo lo medite y como, ya lo estoy meditando... También él le meditará así, y entonces estaremos de acuerdo los dos. ¿Pues no hemos de estarlo!

Partí, pues, al siguiente día de mañana, sin querer aceptar la compañía de Blanca que deseaba ir conmigo. En el camino medité en las palabras de mi tío. Lo sabe todo pensé. ¡Dios mío, cuán poco perspicaz soy, a pesar de mis pretensiones! Aun cuando el casamiento de Juno no se verifique, ¿de qué me serviría, si Pablo está enamorado de ella? Ahora, ya no puede querer a otra. No entiendo a mi tío.

Ese día medité mucho, y al fin saqué la conclusión de que no era él bastante inteligente para que no hubiera el peligro de que después me decepcionara... Pero verás lo que sucedió con Laura y José Luis. Se entendieron para pasar una temporada en la estancia de un tío nuestro; también él era amigo de nuestro tío y el año anterior había ya estado en la misma estancia.

¡Oh! no, señora, no prosiga usted... es suficiente con lo que me ha dicho... Me conmueve su interés hacia y los sentimientos que lo han inspirado... mas comprenderá que, cuestión tan grave como la que tratamos, no puede resolverse en un momento de enternecimiento... Permítame que medite sobre estos puntos con la calma que es de razón... Mi trabajo está ya terminado... aún puedo disponer de algunos días... Mi intención, que puede usted comunicar a su amiga, es consagrarlos a hacer un corto viaje al extranjero... una excursión a Suiza... Insisto más que nunca ahora en mi resolución, porque tengo necesidad de la ausencia para fijar mis ideas... Pienso partir mañana...

Medite bien el Congreso: es necesario un buen Gobierno en Filipinas, no por el bien de los filipinos, sino porque lo demandan el buen honor y prestigio del pueblo americano. Ahora ¿Cuál será este buen gobierno? No me atrevo á fijarlo, porque no represento el Gobierno revolucionario y he prometido no comunicarme con los jefes y prohombres filipinos.

Entonces el Magistral, allá dentro, callaba; y cuando ella terminó, la voz del confesonario temblaba al decir: «Hija mía, esa historia de sus tristezas, de sus ensueños, de sus aprensiones merece que yo medite mucho.

El Rey no lo perdonaría nunca balbuceé. ¿Pero somos mujerzuelas o qué? ¿Quién se cuida de que el Rey perdone o no? Medité profundamente, y en la habitación no se oía otro rumor que el tic-tac del reloj, cuyo péndulo osciló cincuenta, sesenta, setenta veces; por fin mi rostro debió reflejar mis pensamientos, porque de repente el viejo Sarto asió mi mano y exclamó conmovido: ¿Irá usted?

Mi mujer me dijo: lo que nos han puesto no vale diez francos. Hazme el favor de no volver á entrar en ninguna fonda, ni restaurant, ni almacen, ni aún taberna que huela á cosa de Champeaux. Yo medité un momento camino de casa, y dije á mi mujer: No es Paris el bárbaro: los bárbaros somos nosotros.

No, hijo, no; se confirmaría entonces la opinión general de que estoy un poco «tocado»...; ya sabes que se dice por ahí.... Sin embargo, señor, medite usted bien que es demasiado absoluta la confianza con que usted me honra.

7 Entonces lo medité para conmigo, y reprendí a los principales y a los magistrados, y les dije: ¿Tomáis cada uno usura de vuestros hermanos? Y convoqué contra ellos una gran asamblea.