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Hay, sin duda, algo suyo con más títulos á nuestra estimación, aunque estos trabajos, más meditados y hechos con mayor esmero, son excepcionales, y seguramente no se comete con él ninguna injusticia cuando se sostiene que, por lo general, escribe casi siempre á la ligera, sin concentrar en sus obras todo su empeño y todas sus facultades, y sin sentido alguno de la perfección artística.

Ventaja real y efectiva, grande y jeneral, que ha debido anteponerse al mezquino ahorro que vanos temores ó cálculos poco meditados han podido presentar. Otra causa hay perjudicialísima al consumo del tabaco en Filipinas, que es la poca intelijencia, solemnidad é imparcialidad con que se procede en los aforos al recibo de la hoja de los cosecheros por la renta.

Tal como él era, mi pobre librejo ha tenido la fortuna de hallar en aquella tierra, cerrada a la verdad y a discusión , lectores apasionados, y de mano en mano, deslizándose furtivamente, guardado en algún secreto escondite, para hacer alto en sus peregrinaciones, emprender largos viajes, y ejemplares por centenares, llegar, ajados y despachurrados de puro leídos, hasta Buenos Aires, a las oficinas del pobre tirano, a los campamentos del soldado y a la cabaña del gaucho, hasta hacerse él mismo, en las hablillas populares, un mito como su héroe.» «He usado con parsimonia de sus notas, guardando las más substanciales para tiempos mejores y más meditados trabajos, temeroso de que, por retocar obra tan informe, desapareciese su fisonomía primitiva, y la lozana y voluntariosa audacia de la mal disciplinada concepción» .

¡Señor! pensaba la dama . ¡Qué grande obra sería la de deshacer esta mescolanza que repugna, que envenena, que liberta el vicio de toda sanción social que le marque la frente como con una señal de infamia, y lo contenga, ya que no con el temor de Dios, con la vergüenza al menos y con el respeto humano; que familiariza con el escándalo hasta a las conciencias más rectas, y destruye la poderosa barrera de horror y de extrañeza que debe separar al bueno del escandaloso, y comenzando por hacer a este tolerable, acaba por hacerle pasar por imitable!... ¡Qué grande obra haría quien con el mismo espíritu de caridad cristiana con que se fundan asilos para huérfanos y casas de refugio para doncellas en peligro, fundase un salón para mujeres honradas y hombres decentes, en que sin riesgo alguno de mal ejemplo pudiese encontrar la juventud las justas, legítimas y aun necesarias distracciones propias de sus años; hallar sin desvergonzada levadura ese trato señoril y digno a la vez que alegre y placentero, que afina y suaviza las inclinaciones del hombre, fortalece y alecciona las de la mujer, y fomenta el trato mutuo y el mutuo conocimiento de que brotan castas simpatías, germen de puros y tranquilos amores, que sirven de base solidísima a matrimonios felices y meditados, de que nacen luego familias cristianas y ejemplares!... Y la caridad, la caridad derivada del cielo, única santa y legítima, que todo lo ve con sus ojos de lince, que todo lo abarca con su actividad insaciable, que todo lo precave con su perspicacia amorosa, y no deja dolor sin alivio, ni pena sin consuelo, ni llaga sin remedio, ¿no se ha fijado nunca en esta úlcera ensangrentada?... ¿Acaso es más digna de lástima la pobre labriega, la infeliz criada de servicio que el abandono precipita en un lodazal de escaleras abajo y salva la caridad en una casa de refugio, que la encopetada señorita, la rica heredera que un abandono distinto, sólo en la forma, precipita del mismo modo en otro lodazal de salones adentro?... ¡Y pensar que no es tan difícil el remedio como a primera vista parece; que bastaría quizá que una mujer de prestigio y de energía, cerrando los oídos a indecorosos respetos humanos y a culpables condescendencias sociales, fundase, por el amor de Dios, un salón de refugio, lanzando a los cuatro vientos de la alta sociedad madrileña, por toda esquela de convite, esta estupenda noticia: «La marquesa tal, o la duquesa cual, se queda todas las noches en casa, para las señoras honradas y los caballeros decentes»!...

He usado con parsimonia de sus preciosas notas, guardando las más sustanciales para tiempos mejores y más meditados trabajos, temeroso de que por retocar obra tan informe, desapareciese su fisonomía primitiva y la lozana y voluntariosa audacia de la mal disciplinada concepción.

He suprimido la introducción como inútil, y los dos capítulos últimos como ociosos hoy, recordando una indicación de usted en 1846 en Montevideo, en que me insinuaba que el libro estaba terminado en la muerte de Quiroga . Tengo una ambición literaria, mi caro amigo, y a satisfacerla consagro muchas vigilias, investigaciones prolijas y estudios meditados.

Como los planos fueron largamente meditados y discutidos, ofrecía una adecuada distribución, que lo hacía más cómodo tal vez que el de su suegro, con ser este tres o cuatro veces mayor. Halló a un criado en el recibimiento. Estefanía ¿dónde anda? Hace ya un buen rato que ha llegado, señora.