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A me zumbaron los oídos, y no pude saber lo que el hombre contestó; sin embargo, me di cuenta, así en general no más, de que ya no podría extasiarme a la sombra de los espinillos florecidos viendo cómo las lagartijas se correteaban sobre la cresta de los hormigueros, haciendo relampaguear sus armaduras brillantes, ni pasarme las horas muertas, escuchando el contrapunto de las calandrias y de los zorzales, estimulados por el lamento de los boyeros parados al borde de sus nidos, colgados allá en la extremidad de los gajos más altos y flexibles de los molles y coronillos .

El ancla cayó al mar con un ruido estridente de cadenas. La barca se dispuso a virar sobre ella. ¿Vas a amarrarte a tierra, Domingo? preguntó don Melchor. , señor respondió el capitán. No hay necesidad; amárrate en dos. Dentro de una hora podrás enmendarte. Tanto me cuesta uno como otro dijo en voz baja el capitán alzando los hombros, y luego en voz alta añadió: ¡Echa la de uso!

Por esto ha de cuidarse, y es punto esencial de la buena crianza, en no dexar leer á los muchachos sino libros buenos, y que puedan instruir su entendimiento, y perficionarles el juicio; y me lastimo de ver, que apenas se les entregan otros libros que los de Novelas, ó Comedias, ó de Fábulas, con que se habitúan á todo aquello que les hincha la imaginacion, y corrompe el juicio.

Despues que descansamos en Mexico dos Meses, Yo me quise venir en estos Reinos: i iendo

Si esto no sucediera, su historia te importaria muy poco, y yo me veria privado de la ayuda de tu buen deseo.

Yo me digo algunas veces que nadie carecería de víveres si se sacara mejor partido de la tierra, y si una cosa fuera lo que fuera encontrara una boca para comerla. El trabajar en el jardín hace pensar sin duda en esto. Pero es preciso que me vuelva, porque, si no, mi madre estará inquieta con mi ausencia.

Y me ha tocado en suerte el contemplar con mis propios ojos sus obras inmortales.

No me sedujeron tales proposiciones, y le dije con cierta rudeza que más quería ser soldado que peluquero. Esto le agradó; y como le daba el peine por las cosas patrióticas y militares, redobló su afecto hacia .

Con un telescopio nos pasaríamos las noches en claro. Menos yo, ché, Melchor. ¿Por qué, Ricardo? Porque me marea mirar al cielo. ¡Te marea!... ¿Pero que estás diciendo?... Lo que oyes: Yo no tengo cabeza para contemplar estas cosas y si me esfuerzo por entenderlas, acabo por aturdirme... ¡qué yo!

No me extrañó, pues, ni debía extrañarme, vistas las cosas por este lado, el cariñoso acogimiento que me dispensó el hombre del morio.