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I. De bello judáico, aun para visto tenían execrable a este animal. Sin embargo, me hace alguna fuerza, lo que buenos escritores traen hablando de la desolación de Adriano: porque Dión hablando de los Judíos de Jerusalén dice: eos penitus Julius Severus oppressit: paucci admodum evasere, atque a caede superfuerunt. In Adriano.

Dejé que mi tío confiara sus pensamientos a los muebles del salón, y corrí a la biblioteca en busca de lo que necesitaba para poner en práctica la idea que acababa de ocurrírseme. Y llevé a mi cuarto la filosofía de Malebranche y un estudio sobre la Tartaria. El Malebranche casi me dio un arrebato cerebral y lo dejé para arrojarme sobre la Tartaria, que me ofreció más recursos.

¡Anda, anda!...; ¡echa por esa boca desventuras y lástimas! ¿Por qué no te acuerdas del hijo del Manco y de el del alguacil, que dicen que gastan coche en la Habana y que están tan ricos que no saben lo que tienen? Vaya, Nisca, que hoy te da el naipe para sermones de ánimas.... Todavía me has de hacer ver el asunto por el lado triste. ¡Dichoso de ti, Nardo, que no le has visto ya!

¡Sin duda que no! replicó el alto empleado irguiéndose con altanería; ¡V. E. no me fuerza, V. E. no me puede forzar á , á á que participe de su responsabilidad!

Se me ha ocurrido, pues, la idea de que, acaso bajo el título de La selva confusa, se halle la comedia de Calderón, que se creía perdida, titulada Certamen de amor y celos, porque por lo menos el argumento de la una y la firma de la otra concuerdan á este objeto.

Cuando el corsé me enoja no le llevo, y nada, absolutamente nada, se humilla falto de sostén y baja de su sitio: todo permanece firme como el mármol y el bronce. Perdona que entre en estas menudencias. Mi presunción tiene alguna disculpa por lo no comunes que son las cualidades de que me jacto.

Acaso aquel amor que subyugaba mi alma, aquel sentimiento inefable que ennoblecía mi espíritu y dirigía mis pensamientos hacia los propósitos más nobles, sería pasajero como la vida de aquellas flores que no bien fueran arrancadas del tallo se doblarían pálidas y mustias. ¡Sería cierto que el amor de Angelina estaba destinado a vivir eternamente! ¿Sería verdad lo que me dijo la joven, que pronto la olvidaría?... No, que la amaba yo con todo mi corazón, con toda la energía de mi alma.

Me apeé próximo ya a la aldea: el coche siguió por la carretera y yo tomé un camino de travesía que me condujo a mi casa por las marismas. Hacía cuatro días y cuatro noches que un dolor fijo refrenaba mi corazón y me tenía los ojos tan secos como si jamás hubiera llorado.

¿Pero cómo? exclamaba ésta. Verás... voy á darte las señas... Es un caballero, no es un aldeano... guapo... rico... le conoces. Demetria permaneció un instante pensativa. ¿D. Antero? preguntó al cabo inocentemente. Flora soltó una carcajada. ¡Pero, niña, no estás sana de la cabeza! Si don Antero tendrá unos treinta años y yo voy á cumplir diez y ocho... ¿Me había de tener á los doce?

Por mi parte no dejaré de solicitar la ruina del que los Portugueses tienen en Igatimí, si acaso está en pié. Se me olvidó incluir á V. E. el croquis, de que hablé el 12 de Mayo, que hoy remito: en él verá V. E. ser dudoso el curso que se cree del Ipané, y que sus cabeceras sean las que le atribuyeron los demarcadores últimos.