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¡Silvestre! ¡Silvestre! gritó al hallarse en la sala. ¿Qué demonios te ocurre, hombre? contestó á poco rato el mayorazgo, apareciendo en escena con el candil en la mano. ¿Qué ruido es el que he sentido sobre mi cuarto? ¿Á que te has asustado?... ¡Ja, ja, ja, jaaaa! ¡Pues el lance es para reir! Y ya se ve que .

Su tutor, y tío á la vez, decidió que no estudiara más, pues, para mayorazgo, bastante sabía; y porque, por otra parte, la soga no estaba para muchos tirones. Quedóse Silvestre en su lugar.

Con este desencanto sobre su alma, y envuelto en el burdo ropaje de sus mayores, con el que, si no iba elegante, andaba sumamente cómodo, echóse á ver lo que le faltaba; empresa que consumiremos, en la imposibilidad de seguir al mayorazgo paso á paso y en cada una de sus impresiones.

La reina de las Antillas, muchos millones de duros y lo mejor de nuestros barcos de guerra habían quedado en poder de los ingleses. D. Fadrique no se descorazonó con tan trágico principio. Era hombre poco dado á melancolías. Era optimista y no quejumbroso. Además, todos los bienes de la casa los había de heredar el mayorazgo, y él ansiaba adquirir honra, dinero y posición.

Aquí vivo seguro del trato y del engaño hydras sangrientas de la fe traidora. Aquí vivo seguro del mayorazgo estraño, y heredero del Sol y de la Aurora. Aquí la verdad mora: allá, si bien se mira, se mezcla la mentira con la lisonja fiera. Siempre aquí es primavera y allá todo es estio... ¡Oh mil veces dichoso albergue mio!

Con un siglo a cuestas, rico y ennoblecido, pensó nuestro conquistador que no tenía ya misión sobre este valle de lágrimas, y en 1604 lió el petate, legando al mayorazgo, en propiedades rústicas y urbanas, un caudal que se estimó entonces en un quinto de millón.

Volvióse hacia el sitio de donde éste partía, y vió que se había caído la parte flaca de la pared del huerto antes citado. Como el suceso tenía muy poco de particular, no le llamó la atención: lo extraño para él era que semejantes muros resistieran un día en posición vertical. En esta inteligencia, siguió su camino y llegó á casa del mayorazgo, á quien encontró esperándole para comer.

Vente y lo verás repuso el mayorazgo saliendo de la cocina y llevando por delante á su amigo.

Ese es, digo, ese fue don Cristóbal Bermúdez Peleches, cuarto abuelo mío, y fundador del mayorazgo en los principios del siglo pasado.

Las armas de la familia estaban bordadas, a uno y otro lado, con sedas multicolores, sobre el terciopelo turquí, y, en toda la tela, el aljófar perlaba como cuajado rocío los arabescos de plata y de oro. Ante aquel precioso jaez, el mayorazgo olvidó un momento a las personas que le rodeaban y pareciole verlo recubriendo su caballo valenzuela.