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Buenas noches, Maximina dijo nuestro joven acercándose a ella. ¡Ay! buenas noches. ¿Aún no se ha decidido V. a bailar? No señor. Pues yo . La niña le miró sorprendida. Pero antes quiero descansar un poco al lado de V. ¿No hay por ahí una silla? Voy por ella ahora mismo repuso muy azorada. Y entrando en el estanquillo, salió con una que colocó bastante lejos de la suya.

La pobre Maximina, defraudada, le miraba con ojos tristes, dejando adivinar que sin él estaba allí aburrida. Oyes, Lolita dijo el joven llamando a una de las pequeñas de doña Rosalía, ve a decir a Maximina que en cuanto oscurezca un poco más, bailaré. Maximina, al recibir la noticia, se puso alegre.

Entonces doña Rosalía, arrepentida sin duda de haber lastimado a su hijo, se revolvió furiosa contra Maximina. ¡Buena hipocritilla estás también! Haces la comedia y lloriqueas, hasta que consigues que yo le pegue... Ante aquella injusticia, la pobre niña quedó como aturdida un instante; en su semblante descompuesto se adivinaban los esfuerzos que hacía para no romper a llorar a gritos.

La niña se puso extremadamente pálida; pero no despegó los labios. Me ha escrito mi hermana para que vaya a reunirme con mamá y con ella a Santander, y acompañarlas a Madrid. Maximina continuó silenciosa, doblando la cabeza sobre el pecho. Entonces le tocó a nuestro joven observarla con cierta inquietud.

Miguel le preguntaba por señas: ella sonreía sin contestar. Entonces el joven se hizo el enojado y evitó a su vez el encontrarse con ella. Maximina comenzó a echarle miradas tristes y tímidas, que observaba riendo interiormente. Al fin, una noche por propia iniciativa, aquélla vino a sentarse a su lado.

Además, había adivinado también que el ex-capitán profesaba un afecto vivísimo a su sobrina Maximina, bien pagado por parte de ésta: ambos se comprendían admirablemente, con sólo mirarse, y se tributaban todas las pruebas de cariño que podían. Y digo podían, porque doña Rosalía estaba al tanto de este cariño y no manifestaba tendencias muy decididas a alentarlo.

Miguel permaneció sentado junto a Maximina. Saque V. la guitarra, doña Rosalía dijo una de las muchachas. ¿Va a cantar Juanito? Juanito era el piloto del vapor donde nuestro joven había llegado. Era andaluz y muy conocido en Pasajes. En cuanto vino la guitarra, comenzó a alegrar la tertulia con playeras, polos y sevillanas.

Miguel, aprovechando uno de estos abrazos, y a favor de la oscuridad, cogió la trenza de Maximina, que colgaba por la espalda con un lazo de seda en la punta, y la llevó a los labios. ¿Qué hace V.? dijo la niña volviéndose rápidamente. Besar la trenza de su pelo. ¿Y por qué hace V. eso? preguntó con sorpresa. Porque me gusta. Maximina bajó los ojos y guardó silencio.

Poco después, el hijo del brigadier quiso besarle una mano; pero la niña la bajó con fuerza sin soltarse, y no le fue posible. Maximina, desde entonces hasta que el baile se deshizo, se manifestó un poco más circunspecta, aunque sin dejar de estar cariñosa con su amigo.

Encendieron un fósforo: se lo fueron entregando unos a otros mediante ciertas palabras que había que pronunciar en voz alta: pagaba prenda aquel en cuyas manos concluyese o se apagase. Nuestro joven tomaba poco interés en el juego. Cuando el fósforo llegó a él bastante disminuido, lo dejó caer sin entregárselo a Maximina, y pagó prenda. ¿Por qué no me lo ha dado? le preguntó ésta.