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Era una matrona de potentes caderas, en cuyas entrañas renacía la vida; de robustos y voluminosos pechos, siempre hinchados de leche densa y amarga. A un pecho se agarraba el Recuerdo, gimiendo al paladear el líquido de acíbar; al otro el Olvido, que chupaba cerrando los ojos, queriendo dormir.

Las mamás, que hasta entonces se habían saludado con ceremonia, recordaban enternecidas a las amigas comunes que vivían en París y creían vagamente haberse visto en un del Hotel Ritz o en una recepción-tango en los Campos Elíseos. Una matrona imponente detenía a Conchita con súbita amabilidad. ¿Y usted no se disfraza, hija mía?...

Mi hogar es grande y no lo construyó el egoísmo; mi casa está abierta a todas las razas de la tierra, a todos los hombres de buena voluntad. Maltrana interrumpió la lírica evocación de su amigo con irónico entusiasmo: ¡Muy bien dicho, poeta! ¡Muy hermoso! Que la matrona azul y blanca no nos haga concebir falsas ilusiones... que de cerca nos parezca tan hermosa como de lejos... Que así sea. Amén.

Vamos, niña dice la madre, robusta e impávida matrona, a quien nadie oprime nada, y cuya despedida no es la primera ni la última, ¿a qué vienen esos llantos? No parece sino que nos vamos del mundo. Un militar que va solo examina curiosamente las compañeras de viaje; en su aire determinado se conoce que ha viajado y que conoce a fondo todas las ventajas de la presión de una diligencia.

Me recibieron muy bien en el hotel, que no pasaba de ser una posada, presidida por una corpulenta matrona y sus dos hijas; gente bonachona y tranquila, que parecía cuidarse muy poco de lo que sucedía en la capital.

Lo cierto es que mi abuelito el vizconde intervino graciosamente doña Inés debe haberse aburrido de lo lindo en su cuadro, habiendo llevado antes una vida tan divertida en Gascuña, en París y hasta en Toledo. ¿Os distraíais recordando vuestras aventuras? A veces, cuando no flechaba el corazón de la respetable matrona que tenía en frente repuso Guy, aludiendo a doña Brianda.

Parece la Catedral, considerada de este modo, una matrona antiquísima, una venerable abuela, á la cual cada uno ha contado sus tristezas, confiado sus secretos, legado su gloria, pedido consejo en la desgracia y debido una oración en la hora de la muerte.

Un poco más lejos la suegra, venerable matrona vestida de negro, de aire aseñorado y resuelto, que cuidaba de las niñas más pequeñas. Luego los hijos varones, que eran muchos, y a Ojeda le producían el efecto visual de una tubería de órgano cuando por casualidad se colocaban en fila, de mayor a menor.

Sus admiraciones y deseos yacían abandonados al otro lado de la puerta. Freya adivinó que había dejado de ser una mujer y no era mas que una acusada. Otra de su sexo, una rival irresistible, lo llenaba todo, encadenando á estos hombres con un amor profundo y austero. Su instinto la hizo fijarse en la matrona blanca, de rostro grave, que avanzaba su busto vigoroso sobre la cabeza del presidente.

Y más tarde piensas: "Si la hubiese conocido cuando ella tenía quince años, si hubiéramos entonces hablado en una familiar confianza, ¿habría ahora ese recato de matrona sobre sus ojos, esa absoluta indiferencia para cualquier motivo de conversación que implicara siquiera la tímida curiosidad de su secretos íntimos, de los sueños que halagan sus horas solitarias?"