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Alli los criaba un anciano docto y piadoso, dándoles la instruccion necesaria en lo espiritual y literario, y cumplidos los 18 años se les preguntaba delante de todo el clero si querian casarse ó vivir solteros; y de alli á otros dos años, segun la respuesta que habian dado, ó los promovian al subdiaconado, ó les permitian el matrimonio dejándoles ir á sus casas.

Mediante una cláusula de dos líneas en el acta de matrimonio. ¿Y usted prefiere mejor condenar a su hija, a su esposa y hasta condenarse a mismo, antes que prestar su nombre a un niño extraño? ¿Cree usted que con eso cometería un crimen de lesa nobleza? ¿Es que no sabe usted a qué precio se ha conservado la nobleza en Francia y en todas partes desde las Cruzadas? ¡Cuántos nombres salvados por milagro o por habilidad! ¡Cuántos árboles genealógicos rejuvenecidos por un injerto plebeyo!

Berulle me dijo veinticinco millones... y Berulle está muy al corriente de las cosas de América. ¡Veinticinco millones! ¡Un buen bocado para Romanelli! ¡Cómo! ¿Romanelli? Se corre que se casa con ella, que ya está decidido el matrimonio. Matrimonio decidido, sea; pero con Montessan, no con Romanelli... ¡Ah, al fin principia el baile! Cesaron de hablar.

No había escrito a su ex-querida, aunque todos los días pensaba hacerlo, para darle cuenta de su resolución. Tanto era el temor que la valenciana había llegado a inspirarle, que la pluma caía de sus manos cada vez que la tomaba para noticiarle su matrimonio.

Cuando Máximo nos dejó después de anunciarnos su casamiento, nos quedamos los dos unos instantes sin hablar. Después, mi padre me puso la mano en la cabeza y me preguntó si me sorprendía aquel matrimonio. Un poco dije en el tono más tranquilo que pude. A también me ha sorprendido.

Os enterraron en el matrimonio, poniéndoos por mortaja al conde de Lemos. ¿Cómo queréis que no me alegre, cuando os desamortajan y os desentierran? ¿Cómo queréis que no exclame? Conde que te has condenado, porque pecar no has sabido: bien casado, mal marido, ¡guárdete Dios, desterrado! ¡Sois terrible! exclamó riendo la condesa.

El matrimonio tomó asiento en el sofá, lugar preferente del salón, honra que hizo enrojecer de orgullo a la antigua criada. Pues , Manuela dijo el marido ; en un día como éste, nosotros no podíamos prescindir de hacer a ustedes la consabida visita. Gozamos de la felicidad de ustedes, porque, aunque me esté mal el decirlo, nosotros les apreciamos mucho.

Mientras se preparaba el matrimonio con Cecilia, la opinión general era que Gonzalo daba pruebas de tener un gusto deplorable. Se despellejaba a la pobre muchacha, y se la ponía poco menos que como un monstruo de fealdad. Todos se maravillaban de que no hubiese elegido a su hermana, tan linda, tan graciosa.

¿Crees ?... preguntó María Josefa para tirarle de la lengua. ¡Madre!... ¿Eres tonta, mujer? ¿No conoces a Amalia como yo? ¿Y qué tiene que partir Amalia en el matrimonio de Luis? preguntó Jovita, que en su calidad de soltera, aunque hubiese cumplido los treinta y dos, le convenía hacer patente su candor. ¡Ay!

Cuentan que un fraile con ribetes de tuno y de filósofo, administrando el sacramento del matrimonio, le dijo al varón: Ahí te entrego esa mujer: trátala como a mula de alquiler, mucho garrote y poco de comer.