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Poco tiempo después de nuestro matrimonio, una terrible sospecha empezó a martirizarme.

A pesar de mi temor para hablar de esta materia, me atrevo a insinuar que entre los hombres dedicados a la vida intelectual, los mejor dispuestos para el matrimonio son los políticos. El literato, el mismo filósofo, el pintor, el músico, los artistas, en general, son peligrosos, porque su arte y su filosofía están siempre en primer término, antes que la mujer.

Si era absolutamente preciso resignarse a un buen matrimonio, y no veía otra salida, ¿por qué no ella mejor que una pécora cualquiera que hiciese sonar demasiado su dinero y que, al menos, le tratase de igual a igual siendo su señor y dueño? Blanca, la pobre, se estimaría muy feliz siendo su humilde servidora. Porque no había duda, ya le adoraba como hermano. ¿Qué iba a ser ahora?...

Para estos gastos y para los placeres del matrimonio, pues en ropa no había que pensar en algún tiempo, le bastaba su sueldo, del cual nadie le pedía cuentas.

¡Qué contrariedad! ¿Pues no decían que ese hombre no vendría, que habia ya renunciado á sus proyectos de matrimonio? ¿No estaban, lo mismo Juanita que su madre, convencidas de que la familia de ese gaznápiro no podía consentir en semejante boda?

El señor y la señora de Santa Cruz, que aún viven y ojalá vivieran mil años, son el matrimonio más feliz y más admirable del presente siglo.

No digo que ese parecer sea eminentemente práctico... Pero, en fin dijo el cura moviendo la cabeza, no podemos menos de reconocerle cierta prudencia... La abuela se estremeció, y yo me eché a reír. Sin aconsejar a Magdalena que llevé las cosas tan lejos, es bueno, sin embargo, que reflexione, y mucho, antes de contraer los lazos sagrados del matrimonio.

Los enemigos de la revolución afirmaban que era más urgente que el divorcio dar una ley obligando á las parejas á casarse, pues la mayoría de las gentes del país, para evitar gastos y molestias, prescindían de las formalidades del matrimonio, viviendo en estado natural, como sus ascendientes. Pero Doroteo se sentía ahora satisfecho de haber dado su sangre por el triunfo del divorcio.

Pero como Doroteo obtuvo rápidamente sus primeros ascensos, pronto se elevó sobre la muchedumbre de «soldaderas» de tez amarillenta, cabellera aceitosa y ojos ardientes, asombrosamente flacas. Fué la capitana Martínez, luego la comandanta, y ya no tuvo que avanzar al trote junto á los jinetes, llevando sobre su cabeza el colchoncillo y las ropas que constituían el ajuar andante del matrimonio.

Como se casan solamente entre , porque la ley prohibe el matrimonio morganático, resulta que los verdaderos extranjeros en todo pueblo son el rey y la reina. Así, pues, en vez de sangre azul, puramente azul, la tienen de todos los colores. La pureza sanguínea está mejor fijada en los caballos de carreras.