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De vez en cuando, al cruzar al lado de una damisela, la decía: «¡Usted tan bonita, Julia!» O bien: «Me están matando esos ojos» o «Como Torcuata no la hay en Sarrió», u otra frase feliz por el estilo que encendía en puro gozo a la doncella. Pero al dejarla escapar, no perdía un punto, de su gravedad.

Yo he sido sordao, no de los de ahora, que van en ferrocarrí, como los señoritos, sino de los que llevaban morrión alto e iban a pie por las carreteras. Yo he corrío toda la nación matando hormigas, y he visto mucho en mis viajes.

Los Turcos con gran priesa pusieron los carros alrededor de los cautivos y presa, haciendo su acostumbrada oracion así lo cuenta Gregoras, y echandose polvos sobre la cabeza. Al tiempo de pelear, Philes acometió al anemigo; pero el que gobernaba el cuerno derecho, matando por sus propias manos dos turcos, fué herido en un pié de suerte, que se hubo de salir de la batalla.

Le decían que tenía un papá que la quería mucho y era el que mandaba los vestidos y el dinero y todo. Pero él no podía venir, porque estaba matando moros. La castigaban mucho, pero no la pegaban; eran encierros, ayunos y el castigo peor, el de acostarse temprano.

Si hubiera sido un cualquiera, las de Silva seguirían vestidas de colorado y tan ubicuas como siempre; pero el luto de un marqués no podía preterirse sin profanarse. No había palco posible. Entonces fue cuando Emma pudo ganar la amistad de aquellas elegantes aristócratas haciéndoles un favor y matando dos pájaros de un tiro.

Habló muchas veces de procesar al alcalde y enviar á la cárcel á la mitad del vecindario, y sus enemigos le contestaban invadiendo traidoramente sus tierras, matando su caza, abrumándolo con reclamaciones judiciales y pleitos incoherentes... Su odio al municipio le había aproximado al cura, por vivir éste en franca hostilidad contra el alcalde.

Sitiamos la ciudad, y se defendieron los indios fuertemente, hasta el tercero dia, matando 16 españoles: pero temiendo el daño de sus mugeres é hijos que tenian consigo, pidieron perdon y las vidas, y se entregaron á nuestra voluntad, ofreciendo hacer lo que les mandásemos, y admitimos la paz.

¡Fusiles! rugían mirándose unos a otros, como si pudieran proporcionárselos . ¡Ay, si tuviéramos fusiles!... Y había en su gesto una expresión heroica, la resolución de morir matando, de perseguir a los enemigos hasta el centro de Madrid. A falta de armas, recogían del suelo las piedras, los cascotes, los pedazos de lata, los zapatos viejos, arrojando una lluvia de proyectiles sobre la policía.

Habíamos convenido, para que nada pudiese decir la tía, en decirla que don Hugo me había rescatado de unos piratas berberiscos que me habían apresado algunos años antes, matando á mis padres. La buena vieja era muy crédula, y creyó todo lo que su sobrino quiso que creyese. Don Hugo estuvo algunos días en Barcelona y partió al fin, dejando encomendado á su tía que hiciese de una dama.

Las vecinas de los inmediatos huertos protestaban. Estaba matando a la chica; cada vez tosía más. Pero el viejo contestaba siempre lo mismo. Había que trabajar mucho; el amo no atendía razones en San Juan y en Navidad, cuando correspondía entregarle las pagas del arrendamiento.