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Veo que vuestra enemistad hacia es cruel. ¡Bah! desengañáos; yo no tengo un enemigo en quien no temo. Preso os he tenido dos años. No, más bien me he estado yo dos años preso. Mucho confiáis en vuestro ingenio. Yo más en el vuestro. Pero si yo no le tengo. por cierto, tenéislo... para hacer lo que nos conviene. Ponderan mi lisura y mi paciencia... Pues se engañan.

Abd-el-rhaman III fue el que levantó su mas gallardo minarete y embelleció su patio : El-Hakem II, el que revistió el Mihrab de esos innumerables y riquísimos detalles que le constituyen hoy uno de los mas acabados y seductores conjuntos que puede presentar la arquitectura del oriente.

En la tarde de la vida, la felicidad consiste en hallarse juntos; pero para disfrutar de la dulce paz del hogar, no hay que abandonarlo por mucho tiempo, si no el encanto se rompe y la felicidad vuela para no volver más.

Allí, frío y sin pulso, con un revólver a su lado y una bala en el corazón, yacía bajo la nieve el que a la vez había sido el más fuerte y el más débil de los expulsados de Poker-Flat, cosas ambas que se leían todavía a través del rostro apacible pero enérgico del jugador. Todo el día había corrido en diligencia y me sentía atontado por el traqueteo y molestias de tan pesado viaje.

El destino de D. Casimiro es el más extraño y caprichoso entre los de cuantos personajes figuran en esta historia. En el tejido de su vida había puesto él un orden envidiable y gastado poquísimo.

Trabó amistad con otros jóvenes moluscos de los que más bullían, y éstos no tardaron en comunicarle la fiebre de cargos honoríficos que a ellos les devoraba.

Su fama, aunque todavía en constante ascenso, había dejado ya en la sombra las reputaciones menos brillantes de algunos de sus colegas, entre los cuales se contaban hombres que habían empleado en adquirir sus conocimientos teológicos muchos más años que los que tenía de edad el Sr. Dimmesdale, y que por lo tanto deberían de hallarse mucho más llenos de sólida ciencia que su joven compañero.

Cualquiera hubiese creído que eran dos mujeres distintas; entraba muy de prisa, inclinada la cabeza sobre el pecho, recogida la falda, tan caído el velo que no se le veía más que la punta de la nariz; salía derecha, irguiéndose para parecer más alta, suelta la falda, el velo echado hacia atrás y pisando fuerte; nada, dos personas distintas.

Rufino entregó a Lorenzo algunas cosas diciéndole: Esto le manda la señora, niño, y esta carta y dirigiéndose a Melchor agregó: Estas cosas le mandan de su casa, don Melchor, y estas cartas que me dieron y a más... espérese, don Melchor, aquí le traigo... pero, ¿dónde lo he puesto? repetía buscando en los bolsillos interiores afanosamente, ¡ah!... aquí está... esto que le mandaba la niña Clota...

Sus quejas no eran escuchadas, ¿qué digo escuchadas? ni aun permitidas. Para desagraviarlos en los ultrajes que de toda suerte de gentes recibian, se levantaban montes de dificultades, i para castigarlos en las faltas mas pequeñas, se presentaban á los jueces precipicios i derrumbaderos en donde arrojarlos con mayor facilidad.