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¡Lástima que no haya llegado el estudiante para solemnizar debidamente toda la Noche-Buena! Porque ésta tiene en la aldea varias peripecias. Después del placer de preparar la cena y del de tragarla, falta el de la llegada de los marzantes, por los cuales ha preguntado ya muchas veces el vapuleado chicuelo, á quien, la verdad sea dicha, preocupan todavía más que la tardanza de su hermano.

Esta orden es acogida afuera con otro coro de relinchos, y al punto comienzan á cantar los marzantes, en un tono triste y siempre igual, un larguísimo romance que empieza: «En Belén está la Virgen que en un pesebre parió; parió un niño como un oro relumbrante como un sol....» y concluye: «Á los de esta casa Dios les victoria, en la tierra gracia y en el cielo gloria

Cuando sabe que se han marchado, alborota la cocina á berridos, dale su padre un par de guantadas, interpónense el seminarista y su madre, apágase la lumbre, oscila la luz del candil, dormita la moza, maya perezoso el gato, cáesele la pipa más de una vez de la boca al tío Jeromo, habla torpe sobre los fenómenos de la luz el seminarista; y cuando los relinchos de los marzantes se escuchan lejanos, hacia el fin de la barriada, desfila al paso tardo y vacilante la familia del tío Jeromo á buscar en el reposo del lecho el fin de tan risueña y placentera velada.

El coro contesta con relinchos á esta primera tirada de algarabía, que así se llama técnicamente la introducción de los marzantes, y vuelve á continuar la voz pidiendo «morcillas en blanco, ó aunque sea en negro», y otras cosas por el estilo, hasta que concluye diciendo: ¿Qué quiere usted?; ¿que cantemos ó que recemos? Que recen dice Jeromo.

Pero en casa de Jeromo no se engaña á nadie, y la tía Simona alarga media morcilla de manteca á los marzantes; y éstos, después de echar la primera copla, se marchan relinchando de placer. La familia tira los últimos golpes á la cena, agótanse los jarros de vino, y el chicuelo despierta preguntando por los marzantes.

Los pesados lances á que esta jaculatoria suele dar lugar, y los nada ligeros que se suscitan siempre al fin de la velada cuando van los mozos á comer las marzas á la taberna, ya encontrándose con los marzantes de otro barrio, ó ya provocando á algún vecino, es sin duda la causa de que disfrace la voz el que pide y de que guarden asimismo el incógnito todos sus compañeros.

Esta copleja tiene esta otra variante que los marzantes suelen usar cuando no se les da nada, ó cuando se les engaña con morcillas llenas de ceniza: «Á los de esta casa sólo les deseo que sarna perruna les cubra los huesos

Su hija se dispone á hacerle el dúo, cuando se oye en el corral un coro de relinchos y un ruido sobre los morrillos, como si avanzaran veinte caballos. ¡Ahí están los ladrones! diría en tal caso un ciudadano alarmado. Pues, no señor, son los marzantes, es decir, dos docenas de mocetones del lugar que andan recorriéndole de casa en casa.

Y es porque el infeliz no los ha oído nunca, ni en la Noche-Buena, ni en la de Año Nuevo, ni en la de los Santos Reyes, pues se ha dormido siempre antes de que lleguen al portal; así es que cree en los marzantes como en el otro mundo, por lo que le cuentan.