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Al cabo de cinco minutos, Catalina abrió la puerta, y apareció junto con su marido en el jardín. ¡Vos aquí, Marta, a estas horas! dijo . ¿Os han obligado a salir del castillo antes que fuera de día? La viuda le echó los brazos al cuello, la atrajo a su pecho y le murmuró: ¡Catalina! ¡ah, Catalina! ¡Dios me ha dado la victoria!

Hablad despacio, que nadie nos oiga dijo Marta con voz sofocada . Un gran peligro pende de vuestra cabeza. Vuestros enemigos han tendido una celada a vuestros pies y de antemano celebran vuestra pérdida... Respondedme, Mathys, y no os sorprendáis de mis preguntas. ¿Es cierto que una vez cometisteis una acción que podría entregaros, a la menor indiscreción, a la justicia?

Visitad en Pluviosilla la iglesia de Santa Marta, y veréis qué aspecto tan hermoso presenta el templo con esos adornos, con esa floración metálica que parece robada de los jardines de los gnomos. La joven iba disponiendo los tallos floridos en una varilla larga y flexible.

Es como si me traspasaran el corazón a puñaladas. Consolaos, Marta, eso no volverá a suceder jamás; si alguna vez Federico llega a aproximarse, pediré auxilio y escaparé al instante. Hasta me empeñaré en olvidarlo por completo. No, no; te equivocas, mi querida Elena; ése no es el motivo de mi melancolía respondió Marta.

¡Si por lo menos pudiera ignorar qué secreto vela en el fondo de mi corazón! ¿Por qué quería en otros tiempos permanecer pura ante mi conciencia, si no era para poder pertenecerle un día? Como si el eterno destino no hubiera alzado él mismo entre nosotros una muralla que, desde el fondo de la tumba de Marta, se eleva hasta los astros.

Toda la fábrica es de granito, y mide 28 metros de elevación por seis y medio de anchura. Edificóse en 1484, á expensas de D. Francisco de Sotomayor, Clavero de la orden de Alcántara, y hoy pertenece al señor Marqués de Santa Marta.

El severo papel verde botella del salón realzaba su blancura. Marta tenía frente a a las señoras de Delgado; tres hermanas, una viuda y dos solteras. Todas pasaban de los cuarenta. Las solteras no fiaban de su juventud, pero tenían absoluta confianza en el poder de sus espaldas lustrosas y en sus brazos redondos y crasos.

«¿Yo, parecerme a Marta? pensé ¿Cuándo me habré parecido a MartaPero no continuó, ella no era tan alta, sus cabellos eran más claros, no tenía esa expresión tan altiva, y... no miraba con ojos tan severos. ¡Ah, Dios del Cielo! me dije. ¿Acaso nunca has visto los ojos de Marta?

3 Enviaron, pues, sus hermanas a él, diciendo: Señor, he aquí, el que amas está enfermo. 4 Y oyéndolo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. 5 Y amaba Jesús a Marta, y a su hermana, y a Lázaro. 6 Cuando oyó pues que estaba enfermo, permaneció aún dos días en aquel lugar donde estaba.

¡Qué queréis, Marta; cuando no hay más remedio!... ¿Va ir lejos de aquí? , bastante lejos. Cuanto más lejos, mejor será para vos y para ... De esta modo habrá menos peligro de que el señor de Bergams descubra su paradero. ¿La señorita irá, sin duda, al extranjero?