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Serafina era la que más abusaba de la escritura. En una hermosísima letra inglesa, escribía pliegos y pliegos de literatura políglota; inglés, a veces, para las cosas más difíciles de decir, y que se quedaban sin entender si no acudían Körner o Marta a traducirlas; italiano a menudo, y por lo común español.

Sin fuerzas, Marta se detuvo y ocultó el rostro en mis faldas; luego continuó: Y como este medio no me dio el resultado que esperaba, traté por lo menos de indemnizarlo de otra manera. sabes que nunca en mi vida he tenido miedo al trabajo, pero hasta ahora jamás había tenido sobre una labor tan penosa como durante estos tres años.

Reuní todo mi valor, y con la cara oculta en su cuello, le dije en un sollozo: Marta, quiero ayudarte. Siguió un largo silencio, y cuando alcé los ojos, vi vagar por sus labios una sonrisa indeciblemente amarga y triste. Entonces me tomó la cabeza entre sus manos, me besó en la frente y me dijo: Ven, voy a acostarte, querida. Yo nada tengo, pero , me parece que tienes fiebre.

El geranio, al trasladarse a aquel sitio, pareció haber cumplido su destino en la tierra, brillando más hermoso y satisfecho que nunca. Ricardo contempló la cabeza de Marta con verdadera admiración, mientras por los labios y los ojos de ésta vagaba una inocente sonrisa de triunfo.

¿Por qué? dijo, apretando los dientes. ¡No quiero! Tu voluntad es muy respetable, querida niña respondió él con risa mordaz, pero no cambiará en nada mi resolución. ¿Entonces quieres perder a Marta para siempre? En ese instante me sentí otra vez tan fuerte y tan feliz en mi papel de protectora que, para unirlos, habría aceptado la lucha con el mundo entero. ¡Qué loca y cuán poco perspicaz era!

Vamos, no somos niños. ¿Puedo hablaros, Marta, con franqueza? Con toda franqueza, señor. , pero no es como intendente del castillo, ni como vuestro superior que os lo pregunto, sino como amigo. Sois demasiado bondadoso, señor. Está bien, no comenzamos mal dijo Mathys restregándose las manos . En seguida nos entenderemos, Marta.

Disipose el polvo con que su loca pasión por María le había cegado hasta entonces y se encontró de frente con la escena del jardín, cuando Marta se mostraba tan ofendida de que le besase las manos... Y la vio y la comprendió. El raro desmayo que siguió a esta escena, también lo vio y también lo comprendió. Fue después con la imaginación a la playa de la isla.

Se las repetí textualmente, pues cada una de ellas se había grabado en mi alma, inolvidable: «Así, pues, en otros tiempos te sentías llena de valor, de grandeza de alma cuando hablabas por Marta, y ahora que se trata de ti...» »Y al gritarle esto la miraba de frente, tío.

Por eso, generalmente, cuando a Fulanita le agregan una cuarta más de tela al vestido, no vuelve a mirar ni por casualidad a Fulanito, el cual lo encuentra naturalísimo y no se desmejora por ello ni se suicida. Tales eran las relaciones, con muy leves variantes, que sostenía nuestra Marta con Manolito López.

Marta experimentaba siempre en este gabinete una sensación de bienestar y alegría que no gustaba en las demás habitaciones de la casa.