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Yo soy una pecadora mucho peor que , porque he jurado delante de Dios guardar fidelidad á un hombre y he violado este juramento... Soy una mujer despreciable que está deshonrando á su marido... Mira, Pedro, te quiero con toda mi alma.

Esa buena americana que tiene un buen marido y una buena hermana enamorada de un buen oficial, sobrino de un buen cura, toda esta buena novela que de buenas en buenas acciones, concluye por un buen matrimonio... ¡no está en la verdad ni en la naturaleza!

Sus temores de marras empezaban a condensarse, y atando cabos y observando pormenores, trataba de personalizar las distracciones de su marido. Pensaba primero en la institutriz de las niñas de Casa-Muñoz, por ciertas cosillas que había visto casualmente, y dos o tres frases, cazadas al vuelo, de una conversación de Juan con su confidente Villalonga.

Nada seguramente. Nos casaríamos, y acto continuo nos iríamos a Jerez, para que conociese a sus amigas y a sus tíos. ¡Qué susto llevarían todos al verla del brazo de un caballero, y mucho más, cuando supieran que este caballero era su marido! Estaba tan linda, tan graciosa, que no pude menos de pedirle con vehemencia que me permitiese darla un beso. No fue posible.

La sardinera, al oir á su marido, rompió á llorar á todo trapo; sus hijos la siguieron en el mismo tono. ¡Á ver si vos calláis con mil demonios! exclamó el pescador con visible emoción. Y añadió dirigiéndose á su mujer, ya sabes lo que se va á hacer. Estas criaturas se vienen ahora mesmo conmigo, y se las dejo á mi madre al tiempo de bajar. Allí se estarán con ella hasta que yo güelva.

La mujer se mostraba pesarosa en extremo; parecía dolerse también de tener que manifestarse agradecida a quien consideraba inferior a su casa; calculaba la ofensa hecha a Félix, y, sobre todo, no perdía ocasión de repetir a su marido que Aldea estaba enamorado de Josefina. A pesar de todo, el disgusto tomó en Margarita un aspecto distinto del que pudieran prestarle tales consideraciones.

Y mientras todos en la casa y fuera de ella, observan, la melancolía del mandarín y adivinan sus deseos, sólo el marido permanece sosegado, ignorante, persistiendo siempre en alegrarle con opíparos banquetes y regocijadas fiestas.

Conflictos íntimos. El bailarín mundano. Nuestros actos nos siguen. El niño en la balaustrada. La lección de amor en un parque. La señorita Cloque. La ciudad sin jefe. ¡A París! El carnicero de Verdún. Los derrotistas. Montmartre. El marido de la modista. Edgar. El amante de la señora Dubois. LEÓN FRAPI

No os pediré eso jamás, porque vuestro amor para lo es todo siendo como soy vuestra mujer. ¿Me decís al fin que me amáis? Os amo como debe amar una mujer casada á su marido... más claro: por el momento os respeto... os quiero... tengo en vos esperanzas... ¿Pero no sois para la mujer enamorada? No quitéis al tiempo lo que es suyo. ¡Yo no os conozco! Y sin embargo, os habéis casado conmigo.

Llevaba a su madre al teatro, la acompañaba a hacer visitas: algunas noches, cuando hacía buen tiempo, salía de paseo con ella por las calles, dándole el brazo como un marido o un galán. La belleza de Isabel no disminuía con la edad. Al verlos juntos, nadie imaginaba que eran madre e hijo, sino hermanos, cuando no esposos. Esto era causa para el joven de cierto malestar.