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Marta vería en breve que un genio bienhechor reinaba en torno de ella en la casa: aprendería conmigo a emplear de una manera eficaz, para la salvación de su marido muy amado, el amor que la consumía en vano.

De este modo justificó la brusca partida de su marido, porque Godfrey se había dirigido derecho hacia la puerta, incapaz de decir una palabra más. Nancy y Godfrey se volvieron a su casa en silencio, bajo la luz de las estrellas.

Tu conciencia, mi Juan, estará bien tranquila a este respecto, y eso basta. No, eso no basta. Tener buena opinión de mismo no es bastante; es preciso que de esta buena opinión participen los demás. ¡Oh! Juan, entre los que te conocen, ¿quién dudaría de ti? Quién sabe... Y después hay otra cosa además de la cuestión dinero, otra cosa más seria y más grave. No soy el marido que le conviene.

Por esto, cuando veas a uno, como yo, hablar de fe y de creencias, di que miente porque le conviene, o que se engaña a mismo para proporcionarse cierta tranquilidad... Fermín, hijo mío; el pan no me lo gano dulcemente, sino a costa de bajezas de alma, que me dan vergüenza. ¡Yo, que en mis tiempos era de una altivez y una virtud con púas de erizo!... Pero piensa que llevo a cuestas a mis hijas, que quieren comer y vestir y todo lo demás que es necesario para atrapar a un marido, y que mientras éste no se presente debo mantenerlas aunque sea robando.

Si sacas partido de esto, serás feliz. Casi estoy por decirte que mejor te cuadra un marido como el que tienes, que otro de mejor lámina, porque con un poco de muleta harás de él lo que quieras.

Dispuso con un ademán de los suyos que me sentara en el centro del sofá, y senteme allí. Delante del sofá, a sus dos extremos y mirándose frente a frente, había dos butacas. La mujer se sentó en la una y el marido en la otra. Colocados así los tres, el espectro estaba a mi derecha. »El bueno de don Santiago había estado muy afable y cortés conmigo... y también un poco desconcertado al saludarme.

Su marido, en momentos de expansión amorosa, cuando ella se sentía más supeditada, habíala arrancado firmas comprometedoras y tenía que pagar, so pena de ver sus bienes embargados.

Yo también he sufrido dijo Francisca... no sabes lo que es desear casarse... No comprendes el infierno de no concebir otra vida más que la del matrimonio, ni más dicha que la de una buena unión, y pensar que jamás... jamás... se tendrá marido... Se toma el de las demás... El señor Baltet no lo era tuyo. No, pero sin ti, lo hubiera sido... Nunca... ¿Qué sabes ? El me lo ha dicho.

Frunció el entrecejo el marido al oír aquella interjección espontánea en boca de su mujer, y dijo a ésta severamente: Te alvierto que esa palabra no es del mejor gusto para dicha por una señora de tus... contingencias.

Comprendíase que era una mujer noblemente expresiva, llena de una natural espontaneidad. ¿La señora Liénard está casada? preguntó en voz baja Delaberge a su vecina de mesa. No, es viuda... Hace más de dos años que perdió a su marido... Un señor no muy digno de ser amado... No tiene hijos y vive sola en Rosalinda donde está haciendo mucho bien.