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Jamás asomó entre ellos el punzante deseo, la audacia de la carne. Marchaban por el camino casi desierto, en la penumbra del anochecer, y la misma soledad parecía alejar de su pensamiento todo propósito impuro. Una vez que Tonet rozó involuntariamente la cintura de Roseta, ruborizóse como si fuese él la muchacha.

Una nube de pensamientos flamígeros daba vueltas en torno de su cabellera y le impedía ver las que se cernían en las alturas, besadas suavemente por los moribundos rayos del sol. ¡Qué cara pondrían los tres graves señores que marchaban á su lado si dijese en alta voz lo que iba pensando! En una de las calles dejaron á D. Primitivo, que se metió en su casa.

En efecto, apenas habían dado algunos pasos las vieron a lo lejos en medio del campo. Sus elegantes siluetas se destacaban del fondo claro del cielo con líneas bien recortadas. Ambas se llevaban con frecuencia el pañuelo a los ojos. Juntáronse los hombres a ellas, y sin decirse una palabra volvieran lentamente en busca del coche. Marchaban mudos y cabizbajos.

Instintivamente, marchaban por la acera obscura, como si temieran ser vistos. Torcieron por una calle curva y en cuesta, la misma que atravesaba subterráneamente el corredor pompeyano que horas antes había seguido el príncipe.

Se marchaban: debían pasar la frontera en la misma tarde para presentarse en su cuartel. Habían recibido orden del cónsul. No parecía entusiasmarles su nueva condición; pero don Marcos, por deber profesional, quiso fortalecerlos con un pequeño discurso.

Otros iguales a él avanzaban detrás de su estela con intervalos de centenares de millas, o marchaban delante con el mismo rumbo. Y desde el opuesto hemisferio, una fila semejante emprendía el regreso, moviéndose todos como un rosario de diligentes hormigas en la infinita llanura atlántica.

Los pastores del rebaño monstruoso, el chauffeur y sus ayudantes, habían partido también para incorporarse al ejército. Todos se marchaban. Finalmente, sólo quedarían él y su hijo: dos inutilidades. Rugió al enterarse de la entrada de los enemigos en Bélgica, considerando este suceso la traición más inaudita de la Historia.

Sólo el niño que había declamado los versos quedó solitario en su asiento, sin padre ni madre que le recibieran en sus brazos; la pobre criatura dirigió una larga mirada al dichoso grupo, y con sus premios en la mano, salió lentamente por una ancha galería en que comenzaban a amontonar ya los criados los equipajes de los niños que se marchaban.

Á la hora en que llegaréis, galanes, la romería estará muy cerca de deshacerse: las hermosas zagalas buscarán ya con la vista á sus parientes para reunirse á ellos y tomar el camino de su casa. No importa. Hoy no es día de festejar á las rapazas. Marchaban fieros y graves, el rostro contraído, la mirada fija.

La rapidez y la facilidad con que el ganadero realizó la suerte provocaron en la empalizada una explosión de entusiasmo. ¡Olé los viejos! Nadie entendía de toros como el marqués. Los manejaba como si fuesen hijos suyos, acompañándoles desde que nacían en la vacada hasta que marchaban a morir en las plazas como héroes dignos de mejor suerte.