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Al amanecer siguió la marcha; y fué á parar al parage del Médano Partido, distante 12 leguas, en medio de cuyo distrito se encuentran á la izquierda tres lagunas, iguales y bien grandes, que se llaman las Tres Hermanas, y en la abra y bajo que forma el médano, hay agua sobreabundante y muy esquisita, y no falta leña con que guisar. Dia 10.

Crecía la sombra, y de uno de los vagones, venciendo el ruido de la lenta marcha del tren, brotaba un coro apasionado y triste en lengua extraña, un zortzico, entonado a plena voz, por multitud de jóvenes vacos, que, juntos, iban a Bayona.

Se levantó haciendo un esfuerzo y quiso proseguir su marcha buscando la salida. Mas apenas había dado algunos pasos sus piernas se doblaron y no pudo seguir. Cayó desfallecida. Un sudor frío, el sudor de la agonía volvió á correr por su frente. Pero en aquel instante creyó oir una voz que llegaba á ella de la tierra por el respiradero.

Era el viento flojo y recibiéndolo por la cuadra con la mayor, el trinquete y la gavia, alcanzó marcha de cuatro y media á cinco millas por hora, gobernando bien, con tendencia á orzar.

Pasó días enteros sin tocar las alforjas de víveres. No sentía hambre, y detenerse á comer representaba una pérdida de tiempo. Hacía alto al cerrar la noche para no perderse en la obscuridad; pero apenas se extendían las primeras luces del amanecer sobre este mundo desierto, reanudaba la marcha.

Es la espantosa elefantíasis de los griegos, cuya marcha fatal nada detiene; la lepra temida, que aísla al hombre de la sociedad, lo convierte en un espectáculo de horror aun para los suyos y pesa sobre ciertas familias como una maldición bíblica.

De buena gana nos hubiéramos estado allí hasta las once; pero las torres de la Compañía seguían llamándonos, y no era cosa de desairarlas cuando alguno de nosotros acababa de cobrar en Madrid fama de jesuíta. Continuamos, pues, nuestra marcha en aquella dirección, tomando por una solitaria calle, que creo se llamaba de Sordolodo.

Rompió a tocar la música una marcha solemne, una de tantas «Marcha de las antorchas» escritas para natalicios y matrimonios de pequeños príncipes alemanes, y la procesión se puso en movimiento, contoneándose las parejas al compás del ritmo.

Zuzie y Bettina, tranquilas, en calma, en absoluto olvido de su existencia de la víspera, tomándole cariño ya a esa comarca que acababa de recibirlas y las conservaría por algún tiempo. Juan no se hallaba tan tranquilo; las palabras de miss Percival le habían causado una profunda emoción; su corazón no recobraba aún su marcha regular. Pero de todos, el más feliz era el abate Constantín.

También pudimos distinguir entre otras una jovencita muy linda llamada Rosario, con quien el pollo que está a su lado no había podido bailar la noche del sarao de Elorza a causa de la guerra que el pianista tenía declarada a las mazurcas. Los marineros iban ya a zafar los cables para emprender la marcha, cuando de una de las falúas salió una voz preguntando: ¿Y las de Ciudad?