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También tienen otro golpe lucrativo, que es el cambiazo, o sea el engaño, la mistificación, otra prueba del ingenio de estos perdularios que si dedicaran su inventiva y sus facultades a cosas útiles, producirían verdaderas maravillas.

El primero me contó algunas estafas en que él había intervenido como empleado, en el tiempo viejo, que son, para aquella época lejana, obras maestras de habilidad, que si bien no pueden compararse con las de la época actual, que son verdaderas maravillas, dan ya una idea de lo que es el estafador y de los recursos de que echa mano para conseguir sus fines.

Dicen que San Sebastián era antes un pueblo perdido, un pueblo de haraganes y de borrachos. Allí sólo las mujeres trabajaban.... ¡Ahora es otra cosa! Papá consiguió que le oyeran, y hoy todo anda a las mil maravillas. Ha puesto escuelas; una de niños y otra de niñas. La iglesia no es ya la que encontramos, fría, húmeda, pavorosa. Papá la ha puesto como una tacita de plata.

Pidió don Quijote al diestro licenciado le diese una guía que le encaminase a la cueva de Montesinos, porque tenía gran deseo de entrar en ella y ver a ojos vistas si eran verdaderas las maravillas que de ella se decían por todos aquellos contornos.

La madre no había ido nunca más allá de la cercana aldea, y así no podía desechar cierto temor al considerar que su marido emprendía tan largo viaje; pero al mismo tiempo sentía orgullosa satisfacción de que fuese él, por todos aquellos contornos, el primer hombre que iba a la rica ciudad, donde el rey y los magnates habitaban, y donde había que ver tantos primores y maravillas.

Su fama se extendía por todas partes, y los que con ella vivieron y vieron por sus mismos ojos sus maravillas afirman haber esta fama procedido totalmente de la virtud de ella y de sus grandes hechos.

Parece que en mi cerebro entra de improviso una gran luz que ilumina y da forma a mil ignorados prodigios, como la antorcha del viajero que, esclareciendo la obscura cueva, da a conocer las maravillas de la geología tan de repente, que parece que las crea.

No olvide usted las ascensiones a los Alpes para ver... los perros del Monte San Bernardo, los grandes témpanos de hielo, y otras maravillas de la Naturaleza. Allí me hartaré de una cosa que me gusta atrozmente: manteca de vacas bien fresca... Dígame, Ponte, con franqueza: ¿qué color cree usted que me sienta mejor, el rosa o el azul?

De retorno en Lima, Asunción, La Paz, Río, Méjico, etc., estos embajadores contarán las maravillas de nuestra rápida evolución social y económica, el refinamiento de nuestra vida, nuestros progresos sorprendentes.

Doña María, desde su trono, me interpeló pomposísimamente de esta manera: Pero, Sr. D. Gabriel, que oigamos todos esas maravillas que está usted contando con tanta vehemencia, con tanto ardor.