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Logomaquias, hombre dijo D. Manuel apartando de con desprecio la carta de su amigo el Canónigo, cacique y faraute de los Peces en buena parte de la Mancha . Esto es novela... ¡Nietos de la marquesa de Aransis!... Cierto es que aquella pobre Virginia... ¿Conoces a esa Isidora? . ¿Y ella sostiene...? Como el Evangelio. Logomaquias.

De Real órden comunicada por el Señor Ministro de la Gobernacion de la Peninsula, lo digo á V. E. para su inteligencia y efecos correspondientes. Lo traslado á V. S. para su debida noticia, fines subsiguientes y por respuesta á su atento escrito de 7 del corriente, relativo al particular de que hecha mencion. Dios guarde á V. S. muchos años. Zaragoza 21 de Julio de 1844. Manuel Breton. Sr.

Sólo su padre le asistía. Ninguno de la familia podía verle. Iba la Nela a preguntar por el enfermo cuatro o cinco veces; pero no pasaba de la portalada, aguardando allí hasta que salieran el Sr. D. Manuel, su hija o cualquiera otra persona de la casa. La señorita, después de darle prolijas noticias y de pintar la ansiedad en que estaba toda la familia, solía pasear un poco con ella.

Ya mencionamos antes á las dos famosas actrices llamadas Amarilis y la divina Antandra. Estaba casada con el director de escena Manuel Vallejo, y representaba en su compañía.

Por lo mismo me visto; ¿quién sino yo anda con levita? Lo hago para que me conozcan desde lejosEste señor es primo y compañero de negocios de don Juan Manuel Rosas.

D. Manuel, como hombre muy político, apoyaba estas razones; pero demasiado sabía con quién hablaba y el caso que debía hacer de aquellas cacareadas grandezas.

El hombre de la taquilla, después de apretar la mano repetidas veces al gerente y al ingeniero y de hacer un sinnúmero de saludos con su gorra galoneada, se dirigió en voz alta al maquinista: Ya puedes arrancar, Manuel.

Manuel repitió Dolores. ¿Me dejas en paz, o me vuelvo? contestó Manuel; Dolores calló. Don Federico prosiguió Manuel , casamiento y señorío, ni quieren fuerza ni quieren brío. Hazme el favor de callar, Manuel le interrumpió su madre. También es fuerte cosa gruñó Manuel . No parece sino que estamos asistiendo a un entierro.

Don Juan Manuel le interroga, y de tiempo en tiempo un relámpago les alumbra y se ven las caras lívidas. ¿Traes una carta? , señor. Ahora no puedo leerla... Dime qué desgracia es esa... ¿Ha muerto? No, señor. ¿Hace muchos días que está enferma? Lo de agora fué un repente... Mas dicen que todo este tiempo ya venía muy acabada.

Ni la plática afectuosa y elocuente del penitenciario, ni las bromas incesantes de Manuel Antonio mientras tomaban el desayuno, ni las caricias de Jovita, ni la alegría afectada, ruidosa, de su padre lograban sacarla de su extraña distracción. Clareaba el día, un día triste, nublado, que se filtraba melancólicamente por los cristales.