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D. Ignacio Pinuer, capitan graduado, y lengua general de la plaza y ciudad de Valdivia, me remitió una relacion jurada y circunstanciada de las noticias que tenia de personas que en ella cita, de existir á la orilla de la laguna Ranco, madre del rio Bueno, distante poco mas ó menos de cuarenta leguas de aquella plaza, y tres ó cuatro de la antigua desolada ciudad de Osorno, hácia el sur, dos poblaciones de españoles, cuyos causantes insinúa haber sido originados de la expresada ciudad, y que en el alzamiento general del siglo pasado en que destruyeron los indios siete ciudades, se mantuvo esta sitiada mucho tiempo de los bárbaros; pero que al fin consiguieron salir libres, y ocultarse en aquellas inmediaciones en donde se situaron, aprovechándose de las proporciones que ofrece el parage en que se hallan, resguardados de la misma laguna, y de un lodazal impenetrable; sin quedar mas que un estrecho camino que sirve de entrada y salida, de muy fácil defensa; á que han añadido fosos, y rebellines con puente levadizo, libres por esta industria de ser invadidos de los infieles comarcanos, sobre quienes parece que en la actualidad tienen adquirido dominio y subordinacion, concurriendo á las juntas á que los citan con la obligacion de guardar secreto de su permanencia en aquel oculto destino: que tienen murallas y casas de juncos, alguna artilleria y buenas armas.

Amaneció claro, y el viento al NO recio: mandé 6 marineros descalzos para que reconociesen la isla por la parte del NE, que por ser pantanosa no se puede andar calzado. Luego que caminaron como 2 leguas, tuvieron que volverse por el mucho pantano y arroyos que les estorbaron el seguir adelante: llegaron á bordo á las dos de la tarde: el viento se mantuvo muy fuerte todo el dia, y así anocheció.

Pero Montiño estaba prevenido; el involuntario poder de fascinación de la comedianta, luchaba con el amor intenso, voluntarioso, tenaz, que Montiño sentía por doña Clara, y el joven vaciló un momento, pero se rehizo y se mantuvo firme, como un buen justador después de un tremendo bote de lanza recibido en el escudo.

Hasta el mediodia estuvieron separados: mas tomadas las medidas militares, aunque un denso rocio humedecia la tierra, se caminaron tres leguas, y quizá cuatro. Esta noche el ejército se mantuvo en sus reales, porque los exploradores que fueron enviados antes de ayer no habian vuelto.

Yo la fundé; tu pobre padre mantuvo la reputación del establecimiento honrado, y ahora... tiemblo al pensar lo que ocurriría si Antonio se arruinase en la Bolsa como otros tantos.... Todo perdido, la tienda embargada, deshonrada para siempre.... ¡Gran Dios! No quiero pensarlo.

Pero la oculta disposicion de la providencia Divina, que algunas veces fuera de las comunes esperanzas muda los sucesos para que conozcamos que sola ella gobierna y rige, Don Fadrique se mantuvo en su Reino, con universal contento de los buenos, asombro y terror de sus enemigos, y gloria de su nombre.

D. Enrique sin embargo suspendió dar la obediencia, y la corte de Castilla se mantuvo neutral en el cisma hasta que, reinando ya D. Juan I, se determinó en Salamanca reconocer por Papa á Clemente VII. en 19 de mayo de 1381.

Pero dejando en este lugar las noticias de los insignes escritores judíos, razon es ya que volvamos los ojos á examinar una cuestion que no ha tratado ninguno de los que dedicaron sus entendimientos á narrar los hechos del Santo Oficio. La Inquisicion fué establecida para desarraigar el judaismo en España; pero el judaismo se mantuvo en ella hasta que la Inquisicion fué abolida.

Se entabló una disputa animada, violenta, entre ambos. Cobo se mantuvo en sus trece sosteniendo con brío que no había tal azorar, que a nadie se lo había oído en su vida y eso que estaba harto de hablar con personas ilustradas. El joven y perfumado concejal le respondía brevemente sin abandonar la sonrisilla impertinente, seguro de su triunfo.

El Rey, ya empleando la astucia y palabras lisonjeras, ya tremendas amenazas, intentó arrancarle el descubrimiento de los demás culpables, con el objeto de complicar en este asunto al P. Jorge Olivar, encargado de la redención de esclavos por la corona de Aragón. Cervantes se mantuvo inflexible, y sólo sostuvo que él era el único culpable.