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Este eclesiástico se mantuvo con la mayor entereza, á vista del peligro que le amenazaba: preguntándole si los azotaria, les respondia, que , cuando diesen motivo, por no quererse instruir en las obligaciones cristianas.

Con pocas excepciones se mantuvo dominante el estilo nacional, no obstante el uso que se hizo de dichas combinaciones métricas, y algunas que otras obras que se ajustan más estrictamente á los modelos italianos, son de tan escasa importancia, que pasan casi desapercibidas comparándolas con las casi innumerables, cuya índole y condiciones llevan el sello nacional.

Belinchón se mantuvo grave y sombrío, como deben estarlo los héroes la víspera del combate. La noticia corrió como una chispa eléctrica por la población. El pasmo de los vecinos era indescriptible. A ninguno le cabía en la cabeza que una persona, entrada ya en años, con hijos casados, fuese a darse de sablazos con otra por cuestión de un ramal de carretera.

Al llegar al medio de la ensenada, Úrsula le dijo: Estamos a medio camino, señorito. Miguel se puso en pie, encendió otro fósforo y lo mantuvo vivo todo el tiempo que duró. ¿Sabe V., señorito le dijo Úrsula, que si hay alguno por ahí en vela, y nos observa, no qué pensará de nosotros? Pensará que somos novios, ¿y qué mal hay en eso? Para V. ninguno. ¡A , buena me pondrían!

Por mucho que un gobierno corruptor, mezcla de tiranía y de piedad, socavase los cimientos del bienestar del país, y en el interior entorpeciese los progresos de la industria, y en el exterior disminuyese su influencia, siempre se mantuvo España, durante todo el siglo XVII, en la categoría de potencia de primer orden, y su voluntad fué de gran peso en los negocios europeos.

El duque no dió señales de oir. Con los párpados caídos, bufando y paseando el cigarro de un ángulo a otro de la boca, se mantuvo silencioso y guardó de nuevo la cartera después de haberla apretado con una goma. Faltan quinientas pesetas, señor duque , repitió Fayolle. ¿Cómo? ¿Faltan quinientas pesetas? No puede ser.... A ver; cuente usted otra vez. El comerciante contó.

¡Bah! un arañazo... Su influencia mantuvo mejor la disciplina entre aquellos hombres groseros y violentos mejor que las reprimendas de los oficiales, y remontó tan bien su moral, que cuando llegó la columna libertadora, los pobres diablos, que tenían el vientre vacío hacía veinticuatro horas, estaban aprendiendo... la bamboula bajo su alta dirección. ¡Bah! se hace lo que se puede.

Pero, siendo pocos los que debian defender el camino, aunque insuperable, ocupó el enemigo el Monte Grande, y trepando la caballeria, hasta pasar las asperezas de las montaña, se mantuvo en el desfiladero de la salida, y así quedó seguro el bosque para la infanteria.

Supo hacerse valer más que los otros, o por cálculo o por verdadera independencia de carácter. Al entrar en amores con ella no se entregó por completo ni abdicó su voluntad. En cuantas reyertas de alguna importancia tuvieron durante sus largas relaciones, pues no duraron menos de dos años, mantuvo con energía su dignidad.

Se mantuvo erguido, con una mano sobre el pecho y la otra apoyada en el respaldo de una silla. Su frente elevada parecía aguardar la inspiración de lo alto. Mostraba la rigidez de un modelo, como si estuviera delante del escultor encargado de su futura estatua. Su madre le conocía bien. Cuando sentía hambre y deseaba un pedazo de pan, nunca lo reclamaba á gritos, como los niños ordinarios.