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Si es pobre, el domingo y los días de grandes fiestas salen del fondo del arca las bien conservadas galas: mantón o pañolón de Manila, rica saya y mantilla para ella; y para el marido una camisa bordada con pájaros y flores, blanca como la nieve, un chaleco de terciopelo, una faja de seda encarnada o amarilla, un marsellé remendado, unos zahones con botoncillos de plata dobles y de muletilla, y unos botines prolijamente bordados de seda en el bien curtido becerro.

Las damas pudientes, ya provectas, vestían trajes negros u oscuros de tafetán, de sarga malagueña o de alepín o de cúbica; y las señoritas, sus hijas, iban con trajes de muselina o de otras telas aéreas y vaporosas, pero ninguna sin mantilla, ora de tul bordado, ora de blonda catalana o manchega.

Las once habían dado ya en el reloj del Grand Hôtel, y Kate, la doncella inglesa, prendía con dos largas agujas de oro en la cabeza de Currita la riquísima mantilla española de encajes con que se proponía la dama quitar la devoción a los pocos que la tuviesen, en las honras fúnebres del infortunado Luis XVI.

Vale, por último, la tauromaquia para conservar ciertos usos y costumbres muy útiles que sin tauromaquia acaso se hubieran ya perdido. Agradecidos debemos estar al arte de Pepe-Hillo y de Montes, aunque no sea más que porque contribuye a que sigan poniéndose mantilla las mujeres.

Las niñas tenían preparados sus trajes de «manola», y un sinnúmero de veces se habían ensayado ante el espejo para aprender a colocarse con naturalidad y buen gusto la blanca mantilla de blonda. En cuanto a las dos mamas, pensaban lucir obscuros trajes de seda, con costosas mantillas negras, regaladas a las dos por el señor Cuadros. Llegó el día de la primera corrida.

Vió avenidas formadas solamente de jardines y de estudios. Varios miles de artistas de ambos sexos, de maquinistas escénicos y de fotógrafos constituyen su único vecindario. En las calles, á la hora del lunch, se encuentran odaliscas arrastrando sus velos, españolas con mantilla, ó pieles rojas con penachos de plumas, según es el film que está en ejecución.

A las tres de la tarde entró doña Manuela en la plaza del Mercado, envuelto el airoso busto en un abrigo cuyos faldones casi llegaban al borde de la falda, cuidadosamente enguantada, con el limosnero al puño y velado el rostro por la tenue blonda de la mantilla.

Despidiéndose brevemente de las dos señoras, atravesó el salón a prisa. «¡A esa, a esa! gritó Moreno , sin duda se lleva algo. Caballeros, vean ustedes si les falta el reloj. Bárbara, que debajo de la mantilla de la rata eclesiástica veo un bulto... ¿No había aquí candeleros de plata?».

No había engruesado, y conservaba su esbeltez y gran parte de su hermosura, a pesar de los años. Estaba sin galas, impropias de aquel sitio público; pero todo lo que llevaba puesto era de exquisito gusto; rico sin ser vistoso. En vez de la mantilla tenía sombrero. Su rostro era gracioso. Su tez sonrosada, aunque algo morena.

Miguel se esforzó en persuadirla a que no creyese nada de cuanto la dijeran acerca de él, le hizo mil protestas sinceras de cariño, y logró que antes de llegar a casa se disipasen las nubes que velaban su rostro. Al llegar, despojose Maximina inmediatamente de la mantilla y se fue a la cocina, donde nuestro joven la siguió.