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Ni la verán ciñendo su alba frente de sampagas, al brillo refulgente de sus ojos obscuros y sombríos. Bella mujer, que en los felices días, como la flor que aroma los vergeles, endulzaras la vida con las mieles de tus eternas y mansas alegrías; Dieron solaz las dulces melodías de tu garganta a los proscriptos fieles, y gozó la fragancia de claveles que de tu dulce cuerpo despedías.

Manos sutiles como suavidades de lago, de seda que se aleja en rítmico frufú, como el hogar quimérico de un ensueño muy vago sobre las aguas mansas del piélago de azur. Frente color de aurora, donde bellas florecen, con aromas de cielo, flores de castidad; mejillas sonrosadas que en su gracia parecen vírgenes de los lienzos de la pasada edad.

Nosotros le hablábamos alegremente de las cosas triunfantes de la vida, cosas armoniosas entre : de locuras de juventud, de fragancia de primavera, de alegres cenas, de paseos campestres bajo la inmortalidad del sol, de los víveres honrados, fecundos y serenos como mansas corrientes. Y de besos.

La accidentada línea que formaba la costa presentaba ya una playa de dorada arena que las mansas olas salpicaban de plateada espuma, ya rocas caprichosas y altivas, que parecían complacerse en arrostrar el terrible elemento, a cuyos embates resisten, como la firmeza al furor.

En las postreras horas del crepúsculo, cuando respira todo paz y calma, y la tristeza reina en el ambiente oloroso a sampagas...; ese momento hermoso del sol que se desmaya, ocultando sus últimos fulgores en las cumbres lejanas, para dar paso a la plateada luna que en luces se desata; cuando pára el acento de las corrientes mansas, y de las ramas dormidas descansan sosegadas las mayas que anhelantes sólo sueñan en la pronta alborada para lanzar de nuevo por los aires la voz de su garganta; cuando parece que la gente toda el calor del hogar busca en sus casas, gusta en estas horas de quietud solemne mi fantasía alada de remontarse hasta el azul del cielo a regiones soñadas donde no existen viles opresores, ni pasiones funestas y malvadas.

Esta, pues, hermosa y mora, en lengua aljamiada, asiendo a Costanza y a Auristela de las manos, se encerró con ellas en una sala baja, y, estando solas, sin soltarles las manos, recatadamente miró a todas partes, temerosa de ser escuchada, y, después que hubo asegurado el miedo que mostraba, les dijo: ¡Ay, señoras, y cómo habéis venido como mansas y simples ovejas al matadero! ¿Veis este viejo, que con vergüenza digo que es mi padre, véisle tan agasajador vuestro?

He mirado tus ojos serenos, me be bañado en su luz tardecina, y he sentido vibrar alma adentro una voz misteriosa escondida... Fiel remedo de acordes lejanos, con arrullo de besos y brisas, con susurro de mansas corrientes, con acento de notas distintas, con la amarga profunda tristeza que evoca doliente la cítara lírica.

Pocitos, pintoresco suburbio de Montevideo, constituye en verdad, un lugar como el que se acaba de describir. Hace diez años que era un arenal árido en una ladera que se despeñaba hasta las mansas olas del océano.

Las olas se elevaban lentas y mansas sobre los escasos centímetros de la borda, como si quisieran contemplar con sus ojos glaucos este amasijo de cuerpos blancos y obscuros. Remaban los náufragos con nerviosa desesperación; luego yacían inertes, reconociendo la ineficacia de su esfuerzo perdido en la inmensidad. El piloto, al adormecerse en la dura popa, acababa por sonreír con los ojos cerrados.

Esas olas verdes, mansas, esas espumas blanquecinas donde se mece nuestra pupila, van como rozando nuestra alma, desgastando nuestra personalidad, hasta hacerla puramente contemplativa, hasta identíficarla con la Naturaleza. Queremos comprender al mar, y no le comprendemos; queremos hallarle una razón, y no se la hallamos.