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La señorita de Freneuse dedicó al recién llegado una amable sonrisa, se levantó y ofreciendo la mano á Cipriano le condujo hasta su madre. Había prometido volver muy pronto, queridas primas, dijo el antiguo comerciante, y aquí estoy para traer á ustedes mejores esperanzas que la última vez. ¿Ha sabido usted algo favorable á nuestra causa? preguntó turbada la señora de Freneuse.

Aquí se sonrió Sagrario, contó con los ojos y con el pulgar y el índice de su mano izquierda las varillas de su abanico abierto; y sin cesar en este entretenimiento ni mirar derechamente a su interlocutora, la replicó con acento de indiferencia: Después de todo, ¿qué más le da? ¡Pues me gusta!...

Luchó valerosamente por desasirse chillando al mismo tiempo. ¿A me pegas , viejo gorrino? ¿A ? ¿a ? No logrando arrancar de las tenazas que la oprimían, le echó la mano a la cara y le clavó en ella las uñas. La lucha había hecho rodar algunos vasos.

Me preguntó si podría conversar siquiera cinco minutos con mi tío, asegurándome que con ello tendría suficiente para examinar al doctor Avrigny y ver por los síntomas que le ofrezca si además de la pena que le consume padece en efecto una verdadera enfermedad física. »Yo le prometí hacer cuanto estuviera en mi mano para que celebrase esa entrevista, pero aun no lo he logrado hasta la fecha.

Así pasó mucho tiempo: con el sombrero caído a sus pies y la cabeza apoyada en una mano, dejando que las lágrimas resbalasen a lo largo de su antebrazo. Los últimos transeúntes que pasaron fueron unas buenas mozas con la cesta al brazo, moviendo al andar bizarramente sus fuertes caderas. Debían ser cigarreras que volvían de la fábrica.

Se llevó una mano á la cabeza, buscando entre los mechones de su cabellera á Pepito, y ésta le gritó varias veces: «¡Estoy aquí!», para que su voz sirviese de guía á los dedos. El Gentleman-Montaña la dejó cuidadosamente sobre la mesa cubierta de polvo, diciendo con voz suplicante: Vuélvase de espaldas, miss.

¡Tan lejos! continuó Alicia, cada vez con más serenidad, como si hubiese despertado definitivamente . Además, aquello es un cuartel; una casa llena de hombres. ¡Y ese Castro que todo se lo cuenta á «la Generala»! No, no iré nunca. ¡Qué locura! El gesto de tristeza, el ademán desalentado del príncipe, la conmovieron. Su mano se paseó por el rostro de él con una caricia maternal.

Antonieta extendió la mano hacia el foso y dijo, con voz resuelta: ¡Antes me arrojaría por esta ventana! Ruperto se asomó y volviéndose después hacia ella, dijo: ¡Vamos, Antonieta, usted se chancea! ¿Es posible? ¡Por Dios, qué dice usted!

Dejó trascurrir algunos días sin repetir el experimento. Y cuando pensó que había desaparecido tal estado de ferocidad, una mañana antes de almorzar, hallándose el Clavel en el regazo de su ama dormitando, se presenta en el gabinete con los cartoncitos en la mano. Verlos el Clavel, lanzarse sobre el sabio a hincarle los dientes en la mano pecadora, fue una misma cosa.

Vos tenéis que ir á Atocha. Yo me he detenido ya demasiado. Adiós, pues dijo Juan Montiño, tomando una mano á doña Clara y besándola. Y se dirigió á la salida. Esperad, están cerradas las puertas dijo doña Clara, tomando una bujía y precediéndole.