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¡Oh, miserables! gritó al caer, mientras que, con ambas manos, se sostenía de las riendas. También el doctor Lorquin acababa de ser derribado contra el trineo. Frantz y sus compañeros, acosados por veinte cosacos, no podían acudir a su socorro. Luisa sintió una mano posarse sobre su hombro; era la mano del loco, que trataba de asir a la joven desde lo alto de su gigantesco caballo.

Con voz temblorosa, que en todos produjo trágica emoción, la Nela dijo: , señorito mío, yo soy la Nela. Lentamente y como si moviera un objeto de mucho peso, llevó a sus secos labios la mano del señorito y le dio un beso... después un segundo beso... y al dar el tercero, sus labios resbalaron inertes sobre la piel del mancebo. Después callaron todos. Callaban mirándola.

Ocupado en registrar escopetas, hacer cartuchos, ordenar apuntes y dar la última mano á las maletas, llegó la mañana del día 1.°, y con ella la animación propia de un pueblo que rompe con su habitual monotonía. A las doce llegaron á caballo frente la casa real, el Gobernadorcillo de Sariaya y principales que nos habían de acompañar.

El dios había suprimido galantemente las inmersiones en agua del mar. Tenía en una mano un gran pulverizador lleno de perfume, y rociaba con él las cabezas reverentes: unas, rubias y despeluchadas por el viento; otras, negras lustrosas, consteladas por el brillo de las peinetas.

Mientras rodaba el coche se me iba ocurriendo que podía no ser verdad que las ausencias de Ángel de mi casa consistieran en lo que decía el anónimo; mas como para aclarar la duda se necesitaba un trámite, no corto, y no andaban mis asuntos para prodigar el tiempo en lujos de preliminares, y si lo del anónimo no era la pura verdad, podría serlo, lo sería a la hora menos pensada, lo que yo iba a hacer hecho estaría, y eso tendríamos adelantado. ¡El anónimo!... Pero ¡de quién era la mano que le había escrito?

Apretóle la mano Claudia, y apretósele a ella el corazón, de manera que sobre la sangre y pecho de don Vicente se quedó desmayada, y a él le tomó un mortal parasismo. Confuso estaba Roque, y no sabía qué hacerse. Acudieron los criados a buscar agua que echarles en los rostros, y trujéronla, con que se los bañaron.

28 Y estaban bajo la mano de los hijos de Aarón, para ministrar en la Casa del SE

¡Eh! ¡Caballero! ¡Alto ahí! exclamó Alberto, que aún conservaba en la mano la pistola de Amaury. ¿Será usted capaz de irse sin que dispare contra usted? ¡Ah! Es verdad, se me olvidaba. Perdone usted, caballero... ¿Quiere usted medir la distancia?... No hay necesidad repuso Alberto. Ya está usted bien ahí mismo; no se mueva.

Un rayo de luz le hace alzar los ojos. Es Gertrudis que, de pie en el umbral de la puerta, con una lámpara en la mano, aparece toda confusa. Su gracioso rostro está cubierto de vivo color y sus pestañas bajas lanzan sobre sus mejillas dos sombras semicirculares. ¡Qué loquilla eres! dice Martín acariciando tiernamente sus cabellos en desorden.

Hoy me encuentro tan nerviosa, tan nerviosa... Tómeme usted el pulso, Isidorito, y dígame usted si tengo fiebre. Al sacar la mano enflaquecida y dársela al joven, don Mariano y don Máximo, que charlaban animadamente en el hueco de un balcón, dirigieron la vista hacia allí y sonrieron. Doña Gertrudis se ruborizó un poco y volvió a ocultar su mano velozmente dentro de la manta.