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Entonces estaba yo en amores, no se ría Vd., en amores, hasta encariñada, con un hombre ¡más bueno! Desgraciadamente su familia le apartó de ... y con él perdí la última esperanza de poder ser juiciosa y relativamente honrada. Después entré en relaciones con el vizconde de Manjirón o sea Pepe García, el que se mató por mi culpa.

Mi tutor se llamaba Ulpiano García Pignorado, pero todo Madrid le designaba por el segando apellido; Pepe ponía naturalmente después del García paterno el apellido de su madre: además, al morir mi tutor, Pepe vino de Londres, recogió su herencia y se volvió al extranjero: viajó mucho y en Roma, por un donativo que hizo al Papa durante una peregrinación, consiguió titularse con el nombre de una dehesa de Manjirón que tenía cerca del Escorial.

Escuché aquello con verdadero asombro; le hice mil preguntas, le hablé de quien era mi padre, de mi familia dudé, volví a preguntarle, y sacamos en limpio que Pepe García, el vizconde de Manjirón, mi amante, era el hijo de mi tutor, de don Ulpiano, el hijo del hombre que había causado mi desgracia y mi envilecimiento. Fácilmente se explica que yo no lo supiera antes.

Cuando le conocí todo Madrid le llamaba Pepe García, o el vizconde de Manjirón. ¿Cómo podía yo suponer que fuese el hijo de don Ulpiano? Desde que lo supe se me hizo aborrecible. Me parecía que su riqueza, el lujo que me daba, sus regaños sin cariño y sus caricias sin ternura, todo era un sarcasmo continuo, una mofa brutal y despiadada de la suerte.