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El oro, al pasar por ellas, parecía purificarse sin dejarlas manchadas. Cumplida su misión de caridad, Lázaro se encerró de nuevo en sus soledades, y entonces las dudas, muertas al parecer aquellos días, tornaron a mostrarle las insaciables fauces, semejantes a esos reptiles asquerosos que después de aplastados vuelven a revivir y arrastrarse.

Su tez, reanimada por suave tono rosado, traía de las caminatas al aire libre como un reflejo de luz y de calor que lo doraba. Tenía la mirada más rápida y la cara un poco más delgada, las pupilas como manchadas por el esfuerzo de una vida muy activa y la costumbre de abarcar dilatados horizontes.

Ahora quiere, a ejemplo de lord Elguin y del barón Taylor, comprar el Alcázar y llevárselo a su hacienda señorial, piedra por piedra, sin omitir las que, según dicen, están manchadas para siempre con la sangre de don Fadrique, a quien mandó dar muerte su hermano el rey don Pedro, hace quinientos años.

Hombre más marrullero no se ha visto, y sin embargo, los incautos le creían; no ignoraban que sus manos estaban manchadas y que, adulador endiosado del poder, era uno de los llamados a dar estrecha cuenta ante la barra de la opinión en el día del juicio público, lejano, pero seguro; mas, entretanto, le iban a la zaga, como perros tras el hueso.

Los ojos parpadeaban, inflamados, sin pestañas, con las córneas manchadas de sangre. Las orejas sobresalían, casi despegadas del cráneo, como si fuesen a aletear. Las púas blancas y amarillentas del bigote y la barba delataban la torpeza de unas tijeras manejadas ciegamente.

Y si con ser taberneros, aunque ricos, nos conformáramos, yo no saldría de esta villa, donde he ganado en cuatro años una riqueza, y podría ganarla mayor en poco más. Pero hay una noble ambición que manda en ti y en con mayor fuerza que los tres ochavos de una buena ganancia; y esa ambición está reñida con las manos manchadas de vino tinto y con las ropas que huelen a anisado.

Manchas rectangulares de color más fuerte delataban en el empapelado el emplazamiento de los muebles y cuadros desaparecidos. ¡Con qué prontitud y buen método trabajaba aquel señor del brazal en la manga!... A la tristeza que le produjo el despojo frío y ordenado vino á unirse su indignación de hombre económico, viendo cortinas con desgarrones, alfombras manchadas, objetos rotos de porcelana y cristal, todos los vestigios de una ocupación ruda y sin escrúpulos.

Y no es extraño continuó la reina que doña Clara le ame de ese modo; se amparó de él en la calle, á bulto, como se hubiera amparado de otro cualquiera hidalgo, porque la seguía de cerca don Rodrigo; estuvieron largo rato juntos; nuestro joven la enamoró, la salvó, en fin, de don Rodrigo; fué una aventura completa; después, cuando le presentó las cartas que yo buscaba á costa de cualquier sacrificio, manchadas con la sangre de don Rodrigo... doña Clara me ama... como la amo yo, y ama á mi salvador... y si á esto se añade que ese joven, considerado como hombre, es casi tan hermoso como doña Clara, que es la mujer más hermosa que conozco, hay que convenir en que es necesario casarlos.

Hace mucho tiempo que estoy viendo en su hombro derecho una señal; pero nunca hasta ahora la he preguntado; es una cicatriz como la de una mordedura; ella ha dicho que recuerda haber tenido siempre esa señal; he preguntado al tío Manolillo, y me ha dicho que la encontró abandonada en la calle, y que efectivamente, cuando la llevó á su estancia en el alcázar, notó que las pobres ropas en que iba envuelta estaban manchadas de sangre; que la descubrió y vió una mordedura reciente, de la que costó trabajo curar á la niña.

Las ropas, manchadas y viejas a poco de usarlas, parecían flotar como prendas ajenas sobre su cuerpo inarmónico, obeso en las partes dedicadas a la digestión y pobre en las destinadas al movimiento. Es un bendito decía Gallardo . Un sabio... un chiflao, güeno como el pan, y que nunca tendrá una peseta... Da lo que tiene y toma lo que quieren darle.