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Esto fué el tema constante de mis meditaciones en los primeros días, pero luego puse toda mi atención en la belleza de los campos de Villaverde, en las puestas de sol, en la galanura de mis poetas favoritos, en las visitas de mi maltrecha musa, en el amor de Angelina. ¡Mente maldita la mía, tan divagada e inestable, inquieta como una giraldilla, encariñada con todas las cosas inútiles y frívolas!

La Fábrica ha recobrado su Tribuna. Es verdad que esta vuelve herida y maltrecha de su primer salida en busca de aventuras; mas no por eso se ha desprestigiado. Sin embargo, los momentos en que empezó a conocerse su desdicha fueron para Amparo de una vergüenza quemante. Sus pocos años, su falta de experiencia, su vanidad fogosa, contribuyeron a hacer la prueba más terrible.

Al cabo, sin dejar de examinarle con particular cuidado, articuló por lo bajo: Tienes razón, Andrés... En conciencia no puedo retenerte aquí... Andrés guardó silencio y concentró también lúgubremente su atención sobre la maltrecha planta. El cura fue el primero en levantar la cabeza. ¿Pero cómo diablo te has metido en esos enredijos?... Mucho me sorprende...

Por lo poco agraciado del rostro, lo endeble del cuerpo que se adivina bajo la fuerte cotilla y la extravagante forma del peinado y el traje, debiera este retrato ser enojoso a la vista: en la mujercita así perjeñada y sobrecargada de perifollos hay algo de fenomenal y monstruoso; pero Velázquez ha vertido allí a manos llenas tales encantos de color, una variedad tan rica de rojos, que comprende desde el carmín más intenso al rosa más amortiguado, ha hecho tan vaporosos los tules y brillantes los metales, es tan aéreo lo que puede flotar, tan sólido lo que debe pesar, que la ridícula desproporción entre lo menudo del busto y lo abultado de la falda, todo aquello en que la forma sale maltrecha por la imperfección del modelo y la extravagancia de las ropas, desaparece ante la esplendidez de matices que deleita la vista y lo primoroso, suelto y fácil de aquella ejecución incomprensible y misteriosa que a pocos pasos da a lo pintado la completa apariencia de lo real.

Catalina, Luisa, el doctor Lorquin, todo el mundo se apresuró a salir de la casa, gritando, felicitándose mutuamente, para ver las huellas de las balas y los taludes ennegrecidos por la pólvora; por otra parte, José Larnette, con la cabeza maltrecha, se hallaba tendido en un hoyo; Baumgarten, con un brazo colgando, se dirigió a la ambulancia muy pálido, y Daniel Spitz, a pesar del balazo recibido, quería seguir luchando; pero el doctor no hizo caso de aquellos deseos y le obligó a marchar a casa.

El cura, que vio el peligro que corría su invención de ser descubierta, acudió luego a las barbas y fuese con ellas adonde yacía maese Nicolás, dando aún voces todavía, y de un golpe, llegándole la cabeza a su pecho, se las puso, murmurando sobre él unas palabras, que dijo que era cierto ensalmo apropiado para pegar barbas, como lo verían; y, cuando se las tuvo puestas, se apartó, y quedó el escudero tan bien barbado y tan sano como de antes, de que se admiró don Quijote sobremanera, y rogó al cura que cuando tuviese lugar le enseñase aquel ensalmo; que él entendía que su virtud a más que pegar barbas se debía de estender, pues estaba claro que de donde las barbas se quitasen había de quedar la carne llagada y maltrecha, y que, pues todo lo sanaba, a más que barbas aprovechaba.

Dicen algunos maliciosos que el secreto del triunfo del cacique liberal está en que su adversario, hoy canovista, se encuentra ya extremadamente viejo y achacoso, habiendo perdido mucha parte de sus bríos e indómito al par que traicionero carácter. Sea como quiera, el caso es que la influencia barbacanesca anda maltrecha y mermada.

Míster Robert creyó poner un dique a la invasión, ordenando su mesa y los avíos de escribir con la minuciosidad femenina que le caracterizaba, mas no logró escapar a sus efectos: su querida pluma, cuyo rum-rum le era tan grato, abandonaba a lo mejor el lecho de cartón y el cobertor de lana, que tan bien sabía prepararle, y salía a recorrer las otras mesas, volviendo de estas calaveradas maltrecha y sin barbas; parecidas excursiones hacían el lápiz, que llegaba despuntado; el secante, que traía perfiles grotescos, y la regla, con más porrazos que cabeza de turco.