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Con eso, en la obligación De dártela á ti me pones, Si no declaras quién son. Así quedará el secreto En seguridad mayor; Que los secretos, un muerto Es quien los guarda mejor. Pues no te daré la muerte, Caduco, loco, traidor; Sino guardaré tu vida En tan mísera prisión, Que lo prolijo en morir Te saque del corazón A pedazos el secreto. No le ultraje tu furor. No tu saña le maltrate.

Duchêne dijo la labradora ; márchese a la aldea; no quiero que el enemigo, por mi causa, le maltrate. El viejo servidor, moviendo su blanca cabeza, y con los ojos llenos de lágrimas, contestó: Lo mismo es, señora Lefèvre, que yo muera aquí. Hace cincuenta años que vine a esta casa...; no me obligue usted a dejarla: eso sería mi muerte.

-Y ¡cómo si lo soy! -respondió el ya desnarigado escudero-: Tomé Cecial soy, compadre y amigo Sancho Panza, y luego os diré los arcaduces, embustes y enredos por donde soy aquí venido; y en tanto, pedid y suplicad al señor vuestro amo que no toque, maltrate, hiera ni mate al caballero de los Espejos, que a sus pies tiene, porque sin duda alguna es el atrevido y mal aconsejado del bachiller Sansón Carrasco, nuestro compatrioto.

No, señorita, de ninguna manera... No puedo hacer eso... ¿Por qué, tonta? ¿No ves que es por mi bien? Si yo dejara de librarme de algunos días de purgatorio por no hacer lo que te pido, ¿no tendrías un remordimiento? Pero mi palomita del alma, ¿cómo quiere usted que yo la maltrate, aunque sea para su bien?

Ahora lo voy a arreglar yo a ese insolente... Burlarse de , hacerme ir hasta la granja grande por un motivo ridículo... Vamos, Marta, consolaos, más vale que él os maltrate a que quiera engañaros con su falsa amistad. Secad vuestras lágrimas e id a pasear al jardín.

Con hallarse ya las dos mujeres, por la colocación de los hijos, en mejores condiciones de reposo y de vida, no se avenían con su soledad, y echaban de menos a la familia menuda; cosa en verdad muy natural, porque es ley que los mayores conserven el afecto a la descendencia, aunque esta les martirice, les maltrate y les deshonre.

Ella le tiene miedo, y esto me obliga á odiarle con todo mi corazón, por más que reconozca que es un hombre distinguido. No creo que la maltrate, pues al fin y al cabo «nobleza obliga», pero me da el corazón que no la quiere. ¡Qué sacrilegio! ¿Dónde tendrá los ojos el señor conde de Trevia?

¡Pero, animal!... animal querido, quiero decir... ¡permíteme que te maltrate un poco, como en los tiempos en que compartía contigo mi mesa y mi lecho! no son ya cincuenta francos los que pienso darte, sino mil, dos mil, tres mil... ¡diez mil! mi fortuna entera deseo compartirla contigo... a prorrateo, naturalmente, de nuestras necesidades respectivas. ¡Es preciso que vivas! ¡es menester que seas feliz!

«Que no se permitirá que ninguna persona maltrate de obra ni de palabra á los cristianos y cristianas que antes de estas capitulaciones se obieren vuelto moros; y que si algun moro tuviere alguna renegada por mujer, no será apremiada á ser cristiana contra su voluntad, sino que será interrogada en presencia de cristianos y de moros y se seguirá su voluntad; y lo mismo se entenderá con los niños y niñas nacidos de cristiana y moro

Con cierta tranquilidad, y más risueña que enojada, la fundadora dijo a sus amigas: «¡Cuidado que pasan unas cosas...! Yo venía a que me dierais los ladrillos y el cascote que os sobran, y mirad qué pronto me he salido con la mía... Nada, ponedla ahora mismo en la calle, y que se vaya a los quintos infiernos, que es donde debe estar». «Ahora mismo. D. León, no la maltrate usted» dijo la Superiora.