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Fuera de estos momentos, encontraba al pueblo estúpido, maloliente y peligroso. La fiesta patriótica de los rayos negros sólo había sido notable un año, según su opinión. Fué el año en que el gobierno le encargó un poema heroico en honor de la inventora de los rayos libertadores, coronándolo después de su lectura y dándole el título de poeta nacional.

Ya no tenía una mujer á su lado como prolongación inevitable; vivía entre hombres... Y apreció la castidad como un placer que se le ofrecía con todos los encantos de lo nuevo. La segunda noche, en la estrecha y maloliente cámara del patrón, se sintió desvelado por los recuerdos, que volvían á retoñar. ¡Oh, Freya!... ¡Cuándo la vería otra vez!...

Pasaron rozando la abandonada galerita, que, oculta bajo su funda de lienzo, sólo mostraba las ruedas, ligeras, amarillas y finas como las de un juguete; y después de asomar su cabeza con cierta zozobra por la puerta de la cuadra, entraron en el antro obscuro y maloliente, recogiéndose las faldas y hundiendo sus elegantes botinas en la blanda y húmeda capa de estiércol.

El se marchaba a las Carolinas, huyendo de aquella lobreguez maloliente que le trastornaba el estómago. Iba en busca de su amigo el Mosco y de su hija Feliciana, que tenía para guisar la cachuela unas manos de virgen, dignas de mil besos; las únicas del barrio que ofrecían cierta limpieza. Ya volvería otra vez, para ver a la abuela.

Caragòl, que estaba en la puerta de sus dominios, se llevó las manos al sombrero. Al disolverse la nube amarilla y maloliente, le vieron todos de pie, rascándose la cúspide de la cabeza, descubierta y roja. ¡No es nada! dijo . Un pedazo de madera que me ha hecho una sangría. ¡Fuego!... ¡fuego! Aullaba, enardecido por los cañonazos.

Indudablemente habría sido mucho antes, entre la agitación y los empujones del gentío; pero esto no impidió que la señora siguiese con la mirada iracunda el grupo sucio, maloliente y miserable que se alejaba, anonadado por el hambre y la pena, entre el oleaje de alimentos y de general alegría. Doña Manuela avanzó sus labios en señal de desprecio. ¡Cómo estaba el mundo!

En el Círculo Caballista, hasta los señoritos más alegres olvidaban los méritos de sus jacas, los excelencias de sus perros y el garbo de las mozas cuya propiedad se disputaban, para no hablar más que de aquella gente tostada por el sol, curtida por los penalidades, sucia, maloliente y de ojos rencorosos que prestaba los brazos a sus viñas.

Trabajaba el zapatero para las tiendas de la ciudad, sin adelantar gran cosa. Desde que salía el sol sonaba su martillo en el silencio del claustro. Esta manifestación única del trabajo profano atraía a todos los desocupados a la habitación mísera y maloliente.