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Pues ahórcate entonces, y déjame en paz y en gracia de Dios tejer estas mallas, que por no perder la paciencia no me he querido casar yo, ¡tiña, retiña!

Golpeando en la orilla, cada onda de agua se propaga en sentido inverso cruzando las olitas que la siguen; otras series de pliegues producidos por la caída de un nuevo grano de arena ó por un estremecimiento de la onda, se confunden con las primeras y una multitud de líneas, propagándose en todas direcciones, suben y bajan como las mallas de una red cuya trama sólo la mirada hábil puede distinguir.

Cuando la mujer da en torcerse como la tuya, mucho palo; si con él no sale á flote, ó échala á pique de una vez, ó cuélgate de una gavia. ¡Si le digo á usté, hombre de Dios, que la he solfeao too el cuerpo á leña..... Pues ahórcate entonces, y déjame en paz y en gracia de Dios tejer estas mallas, que por no perder la paciencia no me he querido casar yo, ¡tiña, retiña!

Es así que ni el escalpelo ni el microscopio habían tropezado jamás con el alma ni con un Ser Supremo; luego, etc. Esta inclinación al análisis despertó en su inteligencia poderosa una tendencia razonadora de tal precisión que ni el más pequeño argumento podía escaparse entre sus apretadas mallas.

Niéguese usted a hacer el papel de la pieza nueva... ese de la estatua. ¿A que no le tuercen a usted la voluntad? Si es usted franca al decir que le disgustan las mallas, saldrá usted ganando no tener que ponérselas.

Pero el pájaro no separó sus agudas garras de las mallas de plomo y no dejó de agitar en la ventana sus grandes alas mientras que su amo permaneció en la casa. Luisa, llena de miedo, apartaba de él los ojos.

La novedad del país, la molestia del viaje, el aullar de los chacales y sobre todo un calor enervante, abrumador, una completa sofocación, como si las mallas de la mosquitera no permitiesen pasar un soplo de aire... Al abrir, de madrugada, la ventana, una bruma de estío, densa y moviéndose lentamente, ribeteada de negro y rosa en los bordes, flotaba en los aires como una nube de humo de pólvora sobre un campo de batalla.

Sus piernas quedaban algo descubiertas por el arrugamiento de la falda corta; unas piernas finas, que mostraban la blancura de su carne á través de las mallas de seda de color habana. ¿Miras mis medias? preguntó ella, pasando repentinamente de la tristeza á la risa . Fíjate. Eso que llevan al lado no son adornos, son zurcidos. Mi doncella me las arregla muy bien. ¡Qué quieres! Somos pobres.

A modo de antenas, llevaba entre el revuelto peinado dos cuernecillos; el arca del cuerpo, encerrada en un corsé de terciopelo casi negro tornasolado, a listas pardas y de oro; y en lo restante de su persona, o, mejor dicho, personilla, porque era pequeña y traviesa, malla del color de la carne; las eternas mallas, que eran como el alma y principal aliciente de aquel templo de Talía.

Sus ojos entreabiertos tenían una aureola de momentáneas arrugas; la nariz había tomado el lívido afilamiento de los moribundos. El casco de sus cabellos, roto bajo el puñetazo, se esparcía en mallas doradas y ondulantes. Algo negro serpenteaba formando hilillos sobre la seda del almohadón.