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Hacía una vida muy activa. Leía enormemente. No me malgastaba, me economizaba. El sentimiento repulsivo de un sacrificio se combinaba con el atractivo de un deber que tenía que llenar con respecto a mismo. Obtenía de esto cierta satisfacción sombría que no era alegría, menos aún plenitud, pero que mucho se asemejaba a lo que debe ser el altanero placer de un voto monacal bien cumplido.

Sea porque el baño en Rattlesnake-Creek hubiese templado su maligno ardor, o bien porque el arte con que Federico la condujo le hubiese demostrado la superior malicia de su jinete, Jovita ya no malgastaba su energía sobrante en vanos caprichos, y parecía haber adquirido una grave solemnidad.

Todo el valor lo malgastaba en casa, unos ratos dando vueltas por el despacho como fiera enjaulada, y otros apoyado de codos en el respaldo de una butaca, que su imaginación convertía en tribuna. ¡Entonces que se le venían a los labios períodos redondos, argumentos irrebatibles, frases enérgicas, preguntas de las que no tienen respuesta, todo género de arranques oratorios, hasta que, agotadas las ideas y sin saber enlazar las palabras, tenía que callarse!

Y aún más zonzo que ella era Paco del Val, que malgastaba miserablemente su tiempo siguiéndola como su sombra, mientras ella se reía de él con todo el mundo, incluso con su propio marido. Apercibido de la triple y creciente zoncera que pesaba como una fatalidad sobre esas tres vidas, desquiciando y esterilizándolas, Jacobo Téllez resolvió desfacer el entuerto.