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Pero llegaba tarde; ahora sólo quería vivir. ¡Qué horror! ¡las emociones de la pasión en un ambiente mezquino, en aquel mundo pequeño de curiosidades y maledicencias! ¡Ocultarse como criminales para quererse! ¡Ella, que gustaba del amor al aire libre, con el sublime impudor de la estatua que escandaliza a los imbéciles con su desnuda hermosura! ¡Verse roída a todas horas por la murmuración de los tontos, después de haber dado su cuerpo y su alma a un hombre! ¡Sentir en torno el desprecio y la indignación de todo un pueblo que la acusaría de haber corrompido una juventud, separándola de su camino, alejándola para siempre de los suyos!

19 Porque del corazón salen los malos pensamientos: muertes, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, maledicencias. 20 Estas cosas son las que contaminan al hombre; que comer con las manos sin lavar no contamina al hombre. 21 Y saliendo Jesús de allí, se fue a las partes de Tiro y de Sidón.

4 está envanecido, nada sabe, y enloquece acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, maledicencias, malas sospechas, 5 porfías de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que tienen la piedad por fuente de ganancia; apártate de los tales. 6 Pero gran ganancia es la piedad con contentamiento.

El asunto de los deslindes llevándole de nuevo a Val-Clavin, que él creía no ver jamás; la hospedería del Sol de Oro, en que se encontraba de nuevo frente a frente con sus antiguos huéspedes y en donde su llegada despertaba las adormecidas maledicencias de otros días; su encuentro con el hijo de su antigua amante, con ese Simón cuya tranquilidad de espíritu se exponía a turbar para siempre, ¿no eran otros tantos signos precursores de alguna terrible desgracia?

Pasaron la tarde hablando de los países que llevaban visitados, de las gentes de «la carrera» que habían conocido, interrumpiendo estos recuerdos para reír a dúo de los que pasaban por el comedor y comunicarse sus maledicencias.

Llegan de Londres, de San Petersburgo, de Nueva York o de Melbourne en busca de nuevas contratas; han corrido el globo con la indiferencia del que tiene todo el mundo por casa; han pasado una semana en el tren o meses en el vapor, para volver a su rincón de la Galería, sin que el viaje les haya reformado, reanudando sus enredos, maledicencias y envidias, como si hubiesen salido de allí el día anterior.

Y habéis de saber que matando don Baltasar a aquel villano difamador de mi honra, no me favoreció por esto, sino que a peor punto llevó mi fama; que todos dijeron, no que yo era una dama honesta, sino que don Baltasar había cegado de amores por , propuéstose había casarse conmigo, y pretendido atajar una maledicencia, que cuando él fuese mi esposo había de alcanzarle; y si antes era el difunto Valcárcel el solo que contra vomitaba maledicencias, una vez él muerto, avivado el incendio de la calumnia por el móvil de la envidia, dieron en decir de tales cosas a propósito de las músicas y de las rondaduras con que don Baltasar me afligía, que ya abandonada en Méjico de todos, que de huían como si hubiese estado apestada, me propuse escapar de aquel no merecido infierno en que me encontraba; y vendidos los cuantiosos bienes de mi marido, que montaron a muchos cuentos de escudos, amen del oro y plata labrada que en nuestra casa había, embarqueme para España y llegue a Sevilla, donde en manos de genoveses puse mi dinero a ganancia, y en la casa de la Contratación las barras de oro y plata que de las Indias truje, y al mesón de la Cabeza del Rey don Pedro acogime, en tanto que casa hallaba en donde morar con la decencia que a mi linaje y a la memoria de mi marido correspondía; y no siempre en el mesón de la Cabeza del Rey don Pedro he estado, que largas temporadas he pasado en una granja que de mis padres era; y así se han pasado bien dos años, y hubiérame quedado en la granja con mi viudez y mi desgano del mundo, lejos del ruido de la populosa Sevilla, a no ser porgue, descubierto mi retiro por el eterno enemigo de mi familia y mío, de tales asechanzas me vi rodeada, que de vivir en despoblado tuve miedo; que aunque mis criados eran muchos y valientes, y fieles, capaz hubiera sido don Baltasar de juntar un ejército de salteadores, y combatir la granja y robarme, cosa que en Sevilla no es fácil, donde hay tanta gente de guerra y de justicia, y toda al servicio del rey, para seguridad de sus buenos vasallos.

Maximiliano comunicó a Olmedo sus planes de casamiento encargándole el mayor sigilo, porque no convenía que se divulgasen antes de tiempo, para evitar maledicencias tontas.

Esa actitud le había hecho algún daño con los buenos habitantes del pueblo, acostumbrados al modo de ser de la antigua empleada, cuya oficina era el punto de cita de todas las comadres y la caja de Pandora de donde se escapaban todas las maledicencias que florecían igualmente en el pueblo y en el campo.