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Una vez que le miró bien de lejos, Fortunata, sin hacer maldito caso de persona tan respetable como su tía política, volvió a la sala, que ya estaba medio a oscuras, y se sentó en una silla. Todavía no se había quitado el manto, y parecía que iba a volver a la calle. Apoyada la mejilla en la mano, permaneció inmóvil como un cuarto de hora.

Pero ni el nene había soñado jamás con la piedra filosofal, ni reparaba en los rendimientos de sus empresas cuando maldito el capital arriesgaba en ellas.

En realidad, aquella casa ya no era suya. Por mucho que la esposa se esforzase, siempre se interpondría entre ambos el irremediable pasado. Su destino era vivir en un buque, pasar el resto de sus días sobre las olas, como el capitán maldito de la leyenda holandesa, hasta que viniese á redimirle una virgen pálida envuelta en velos negros: la muerte.

¡, , rompedle el espinazo! repuso otro buscando ya el género de muerte más adecuado. ¡Ese perro, ese perro! Pero ¿dónde está ese maldito? Buscadlo y rompedle el espinazo. Y si no se encuentra el perro, rompédselo al amo. ¡Mala centella los mate a los dos!

A este que le tengo miedo». Y ella declaraba con su sinceridad de siempre que, en efecto, le conservaba ley al maldito autor de sus desgracias... no lo podía remediar; pero que si la buscaba otra vez, ya sabría ella resistir y darle con toda la fuerza de su honradez en los hocicos, para que no volviera a ser pillo.

¿Qué busca, doctor? dijo una voz a mi izquierda, que reconocí por la de uno de mis compañeros de viaje. ¡Psit! Trato de echar mano a este maldito gallo que no nos deja dormir y retorcerlo el pescuezo. Pido a usted mil perdones, señor, pero la culpa la tiene mi muchacho, a quien encargué anoche me colocase el gallo en sitio seguro; el animal lo ha traído aquí. ¡Ah! ¿con qué es suyo?

Arrojábase entonces al suelo, y descolgando las disciplinas, se castigaba con ellas hasta quedar cubierto de sangre, como el Señor en la columna. Pero apenas volvía a cerrar los ojos para dormirse, el Maldito, variando su magia, hacíale experimentar de manera poderosa, invencible, el vértigo de la soberbia.

Las mujeres gimoteaban al verle, con una ternura compasiva. ¡Pobrecito! ¡Y con qué santo fervor cumplía su penitencia!... Todos recordaban en el barrio su crimen sacrílego. ¡El maldito vino, que vuelve locos a los hombres!

¡Es ese maldito, ese condenado decían , que ha atraído la cólera del Cielo osando profanar a la prometida de Cristo! su presencia es un azote... ¡Anatema, anatema sobre él! Y luego venían unas maldiciones capaces de hacer estremecer a nuestro santo padre.

Te tengo lástima, Miguel; y debes sentirla por , ¡por , á quien has hecho tanto daño! El príncipe, á pesar de su humilde encogimiento, protestó. Había sido imprudente: era cierto. Aquella agresión en el Casino y el maldito duelo representaban un escándalo estúpido.