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14 Maldito el engañoso, que tiene macho en su rebaño, y promete, y sacrifica corrompido al SE

Abra usted, tiíta Silda, soy yo. Como pudo, bajó de la cama; en camisa y descalza, con el maldito reuma prendido a la cintura, y tiró del pasado. Quilito entró, arrebujado en la bufanda. Tiíta, vengo a que me usted veinte nacionales, pero ahora mismo, inmediatamente. Pero, muchacho, ¿qué pasa? déjame acostar... Dime, ¿para qué quieres veinte nacionales? ¡y a estas horas!

Cerca de diez volúmenes incomparables, únicos, escribió el viejo poeta maldito en los cafés, en las tabernas, acaso en sus largas temporadas de hospital, al que el pobre Lelian llamaba su palacio de invierno. La capa de mendigo de Verlaine es hoy la bandera de la Francia espiritual. Está ungida por la gloria. Es una cumbre dorada por la inmortalidad. Estas glorias póstumas suelen ser un sarcasmo.

Y él, el hombre cobarde, saltaba de gozo al oír esto, con la satisfacción del débil que se ve vengado. ¡Un cáncer!... ¡El maldito lujo que se pudría dentro de ella, haciéndola morir en vida! Y siempre tan hermosa, ¿verdad? ¡Qué dulce venganza!... No; no iría a verla. Era inútil que el cura buscase argumentos.

Y eso que al Duque continuó, maldito lo que se le importa. Está loco por la Princesa y no habla más que de cortarle el pescuezo al coquillo. Bueno era saberlo. Y si yo le hago ese servicio ¿sabe usted lo que me ofrece? La pobre mujer elevó ambas manos sobre su cabeza, no si suplicante o desesperada.

Si ese primo de Satanás se contentase con hacer el contrabando, aunque esté condenado, se le podrían comprar sus mercancías exorcizándolas; pero el maldito saquea las casas de campo de la costa, roba nuestras hijas y comete profanaciones en nuestras capillas.

Y vos, prima, lo interpretáis maravillosamente. ¡Pues lo que es vos, Pablo, habéis bostezado y bien! exclamé poniéndome de pie tan bruscamente, que los jugadores de ajedrez, lanzaron un gruñido furibundo. Creo que dormías, Reina. No, no dormía, y te aseguro que Pablo ha bostezado mientras interpretabas tu maldito Beethoven.

No le hacía ya maldito caso Zorraquín, y acariciaba el sable, como si fuera aquella arma necesaria para encaminar almas al cielo; movía alternativamente una y otra pierna, resollaba fuerte, se acariciaba la cerdosa barba, hasta que una destemplada voz sonó en la calle, gritando... «¡Zorraquín!» y tras esta palabra otra no muy edificante ni culta.

Aquellas buenas señoras, aunque se trasladasen á Bilbao ó fueran á vivir al otro extremo del mundo, no querían otro médico que el doctor Aresti, obligándolo á ir de un lado á otro como un comisionista de la salud. ¡Maldito carácter que no le permitía negarse á nada!

Convénzase usted, en esto, como en otras cosas, todo es ponerse a ello, todo es empezar... Imagínese usted lo bien que estará cuando se nos reforme; vivirá feliz y considerada, tendrá un nombre respetable, y habrá quien la adore, no por sus gracias personales, que maldito lo que significan, sino por las espirituales, que es lo que importa.