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Despidiéronse muy gozosos, y Fortunata se retiró con la mente hecha a aquel orden de ideas. ¡Un hogar honrado y tranquilo!... ¡Si era lo que ella había deseado toda su vida!... ¡Si jamás tuvo afición al lujo ni a la vida de aparato y perdición!... ¡Si su gusto fue siempre la oscuridad y la paz, y su maldito destino la llevaba a la publicidad y a la inquietud!... ¡Si ella había soñado siempre con verse rodeada de un corro chiquito de personas queridas, y vivir como Dios manda, queriendo bien a los suyos y bien querida de ellos, pasando la vida sin afanes!... ¡Si fue lanzada a la vida mala por despecho y contra su voluntad, y no le gustaba, no señor, no le gustaba!... Después de pensar mucho en esto hizo examen de conciencia, y se preguntó qué había obtenido de la religión en aquella casa.

No solo en las Escuelas domina mucho el uso de los sofismas en los actos literarios, por el dolo, mala fe, y poco amor á la verdad, sino tambien en las conversaciones y discursos Académicos, quando los dicta el interés y la pasion de algun sistema. Tambien se usa este sofisma en el trato comun.

¡Ah!, sola... ¿y qué tal...? Me dijeron que estabas... que estaba usted algo mala... Después de decirle que su enfermedad no había sido nada, la chulita se sentó junto a él, haciendo propósito de contarle la verdadera dolencia que sufría, que era puramente moral, y con los más graves caracteres.

Frígilis despreciaba la opinión de sus paisanos y compadecía su pobreza de espíritu. «La humanidad era mala pero no tenía la culpa ella.

¡Madre de mi alma! gritó la dama cayendo de rodillas deshecha en sollozos . ¡Yo no quiero que muera, no!... He sido muy mala ... pero siempre la he querido ... y la he respetado....

Me he puesto mala..., es verdad..., pero es porque no tengo tanta virtud como para sufrir los dolores que Dios nos envía... eres una santa... Ya me pondré buena..., no pienses en ... Lo que ahora me asusta es no haberme muerto viéndote marchar de aquel modo...., entre soldados... ¡Pobre hija mía!..., ven, dame un beso.

Pero él lo espera a pie firme, con la espada entre los dientes; le agarra uno de los cuernos y salta ágilmente por encima de él. ¡Bravo, mi digno matador, bravo! recoge la flor de almendro que tu amada te ha echado mientras juntaba las manos para aplaudirte. ¡Pero he aquí que el toro se revuelve! ¡Virgen del Carmen! ¡mala señal!

Y si te hablo con franqueza, a veces dudo que yo sea mala... , tengo mis dudas. Puede que no lo sea. La conciencia se me vuelve ahora para aquí, después para allá; estoy dudando siempre, y al fin me hago este cargo: querer a quien se quiere no puede ser cosa mala.

Mas como la hambre creciese, mayormente que tenía el estómago hecho a más pan aquellos dos o tres días ya dichos, moría mala muerte; tanto, que otra cosa no hacía en viéndome solo sino abrir y cerrar el arca y contemplar en aquella cara de Dios, que ansí dicen los niños.

Además, le cayó otra ocupación. Sucedió que el Arcipreste de Loiro, que había conocido y tratado mucho a la señora doña Micaela, madre de don Pedro, quiso ver otra vez toda la casa, y también la capilla, donde algunas veces había dicho misa en vida de la difunta, que esté en gloria. Don Pedro se la mostró de mala gana, y el Arcipreste se escandalizó al entrar.