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¿Quién puede estar aquí, o quién se ha de quejar -respondieron-, sino el asendereado de Sancho Panza, gobernador, por sus pecados y por su mala andanza, de la ínsula Barataria, escudero que fue del famoso caballero don Quijote de la Mancha?

Creyendo que con su presencia podía solucionar esta mala situación, Febrer hacía cortos viajes a Mallorca, terminados siempre por la venta de alguna finca; y apenas veía dinero en sus manos, levantaba otra vez el vuelo, sin prestar oído a los consejos del administrador. El dinero le comunicaba un optimismo sonriente. Todo se arreglaría. A última hora contaba con el recurso del matrimonio.

Con acento un poco cínico, comentarió, riéndose: Está mal hecho..., ya lo , ¡qué demonio!; pero yo necesitaba salir de Rucanto a escape, sin despedidas ni explicaciones; me hacía falta dinero, y ya, de coger algo, cogí todo lo que había...; ¡que se arreglen como puedan!... Venía yo de muy mal humor...; sacrificarse duele, hombre; hace mala sangre y pone la vida oscura.

Hija, no te quejarás: ten presente que te fuiste de mala manera, dejándome sin una miga de pan en casa, sola, abandonada... ¡Vaya con la Nina!

Ya que mi primo y esas otras dos, son gente mala. ¡Bastantes disgustos me dan! Pero llevan mis apellidos, y debes hablar de ellos con mayores miramientos por ser de mi casa. Además, ¿qué sabes de lo que les tiene reservada la gracia del Altísimo?... La Magdalena era peor que esas dos desgraciadas, mucho peor, y murió como una santa.

No crea usted que soy mala.... ¡Y ahora que el hallarse en pecado mortal es tan peligroso!... No, no, reconciliación, piedad, perdón, amor a todos, conciencia limpia, ese es mi tema. ¿Es cierto que ha muerto anoche mucha gente? Mucha, replicó Cordero observando la palidez que el miedo pintaba en el agraciado rostro de Genara. No me lo diga usted.... Esta tarde me voy.

Después, la escena había sido horrible entre él y su amante. ¡Ay, la mala hembra! ¡Qué franqueza tan cruel la suya! ¡Qué deseo de acabar de una vez, de plantearle descarnadamente lo anormal y repugnante de la situación!

Está mala..., un síncope..., jaqueca fuerte... dijo Minghetti . Vamos corriendo a buscar a D. Basilio; le llama a gritos. Sube, hombre; corre; te llama a ti también; nunca la vi así... Esto es grave.... Sube, sube.... Y se lanzaron a la calle los dos emisarios, rivalizando en premura y celo.

Nada replicaba a mi discurso; seguía caminando cabizbaja y preocupada, formando su actitud notable contraste con la que tenía tres horas antes al pasar por los mismos sitios. Cuando me detuve un instante a respirar, exclamó sin mirarme: Hice una cosa muy mala, muy mala. ¡Dios mío, si lo supiese papá! Traté de probarle que su papá no podía enterarse de nada, porque llegaríamos demasiado temprano.

Cuando aquéllos fueron dominados por los misioneros jesuítas, se dió cuenta de que usaban una bebida hecha de una planta silvestre que abundaba en las regiones subtropicales por ellos habitadas. Los indios denominaban esta planta oaá, palabra que significa simplemente herbaje o mala hierba, y los europeos, al traducirla literalmente la llamaron hierba.