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¿Qué tienes? le dijo al fin tímidamente. ¿Estás enfadado conmigo? ¿Por qué había de estarlo? contestó sonriendo tristemente. ¿Te remuerde por algo la conciencia? A no... pero... Miguel guardó silencio unos instantes: los ojos escrutadores de Maximina estaban posados con anhelo sobre él. Tengo que darte una mala noticia dijo al cabo dulcificando cuanto pudo la voz.

Y como sus camaradas, especialmente los que le conocían poco tiempo, mostraban un vehemente deseo de saber por qué motivo era Eva la responsable de sus desgracias, el viejo empezó á contar á su modo la mala broma que la primera mujer se había permitido con los hombres.

Dejaba de asistir al taller con harta frecuencia, y se pasaba horas y más horas en el café del Sur. Por el afán de aumentar su peculio había contraído el vicio del juego, frecuentando innobles garitos, o agregándose a los nefandos círculos que al aire libre, en las puertas de los ventorros de extramuros funcionan. Su suerte era mala, se aturdía y perdía casi siempre.

Hazte ahora la simple y la gatita Marirramos. ¿Pero no ves que yo te calo al instante y adivino tus infundios? Vamos, mujer, confiésalo; no trates de añadir a la infamia el engaño. ¿Qué, señora? Pues que has tenido una mala tentación... Confiésamelo, y te perdono... ¿No quieres declararlo? Pues peor para ti y para tu conciencia, porque te sacaré los colores a la cara. ¿Quieres verlo?

Priscila en ese momento, sin cesar de hablar, se volvió hacia las señoritas Gunn. Estaba demasiado preocupada por el placer de hablar para darse cuenta de que su candor no era apreciado. Hay bastantes flores para atraer a las mariposas; las mujeres bonitas alejan a los hombres de nosotras. Tengo mala opinión de ellos, señorita Gunn; no si vosotras la tendréis buena.

Con este y otros pequeños y discretos recursos nos iremos librando de la «plancha» en las noches de mala fortuna. No creo haber agotado este tema trascendental de las «planchadoras», cuya psicología es complejísima.

No, yo quiero verla, yo quiero ir allá exclamó la joven derramando de súbito un torrente de lágrimas . Yo quiero verla. Inés es una buena alma. Estamos engañados. Ella no puede haber cometido ninguna mala acción. Señora, lord Gray no la ama ni puede amarla. Quien lo dijese es un infame que merece arder en el infierno por toda la eternidad, traspasada la lengua con un hierro candente.

¡Alma mía, con mil amores!... pero... esto no es natural, quiero decir... está muy en orden, pero a estas horas... es decir... a estas alturas... vamos... que.... Y si hubiéramos reñido... se explicaría mejor... pero así sin más ni más.... Yo te quiero infinito, ya lo sabes; pero estás mala y por eso te pones así; , hija mía, estos extremos....

Morales no había logrado ver nunca al pájaro diminuto, soberano de la selva, pero lo conocía de fama desde su niñez. Tenía por armas su pico, un terrible pico fuerte como el acero mejor templado, y una infernal mala intención. Allí donde clavaba su arma abría orificio, y el golpe iba dirigido siempre á la cabeza del adversario, devorando inmediatamente su cerebro al descubierto.

Los autores Griegos dicen que Cizico y toda su comarca quedó destruida por las crueldades y robos de los Catalanes, y que temiendo el Emperador Andronico que Roger no alargase el salir en campaña, por la mala disciplina y poca obediencia de los soldados, envió su hermana á los últimos de Marzo á Cizico, para que exhortase á Roger su yerno saliese con el ejército, pues el tiempo y la ocasion convidaban á la guerra, y los soldados recien pagados saliesen con más gusto.